lunes, 3 de febrero de 2014

Él.



Era algo más de media tarde de invierno, y como siempre a aquellas horas ya era de noche allí fuera, en la calle. Mientras, Melisa no cesaba en su vago parloteo, parloteo que su amiga no escuchaba. Estaba demasiado absorta vislumbrando la calle a través de la larga cristalera que se extendía a lo largo de toda la pared.
—No puedes seguir así, Amelia. —Le dijo en una de ésas—. Es mejor que le olvides. Lo sabes.
La chica esbozó una débil sonrísa que ocultaba la melancolía acumulada por los días. Volvió la mirada de la ventana hacia Meli, que la observaba con aquellos ojos suyos felinos de un color ambarino precioso.
—No lo entiendes, ¿verdad? Olvidarlo sería como morir —respondió ella en apenas un susurro—. Y me gusta demasiado la vida. Tanto como me gusta él.

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