Querida
mamá:
Hace
tiempo que he querido hacer esto, expresar en un trozo de papel en
blanco todos mis sentimientos, meterlos en una carta y mandártelo.
Pensé que quizás ya era hora de hacerlo. Lo primero que he de decir
es que estoy bien. Aquí tengo todo lo que necesito, y aunque cueste
creerlo tengo un apartamento para mí sola: cocina, baño, un
dormitorio enorme de matrimonio... Por otra parte, los entrenamientos
son duros y muchos días acabo realmente agotada, que no puedo más,
incluso noto la falta de aliento en los pulmones. Aunque pese a eso,
me congratula decir que ya soy mas fuerte que antes, más rápida,
más letal, más... shek. Sí, Ziessel me contó lo que era, de dónde
procedía mi raza y el esplendor que poseía incluso hoy en día
fuera de Idhún. También me habló de mi padre, y no me refiero a
Jack, sino a mi verdadero padre, Christian. O como se le conoce
realmente: Kirtash. Siendo franca, de ti me imaginaba una mentira
semejante, pero no de él y eso es lo que más me ha decepcionado de
todo el conjunto de mentiras que he vivido hasta ahora, aunque la
verdad es que siempre sospeché algo. Lo quieras reconocer o no, Jack
siempre prefería mil veces mil a Erik antes que a mí, y eso duele.
Duele lo indecible ver que tú no eres más que alguien a quien se
trata con la frialdad de una extraña, de una visita de la casa. De
pequeños no era así pero ahora...
Aunque eso se acabó. No voy a volver. No de momento, ni en un futuro de un par de años. El dolor que esto ha causado en mí ha hecho mella como para que me cueste perdonaros todo esto. Lo que os pido desde aquí es de abandonéis los medios. No hace falta que me sigáis buscando y que alertéis a toda la policía estadounidense de mi desaparición.
Os
sigue queriendo pese a todo.
Eva
La
muchacha suspiró largamente cuando acabó de redactar la carta.
Levantó la vista hacia el enorme panel de cristaleras que componían
una de las cuatro paredes de su dormitorio. Fuera llovía. Entornó
la mirada, perdiéndola en la inmensidad del cielo oscuro y tétrico
que lucía ese día la noche. Habían pasado cerca de un mes desde
que se había ido de su casa. Un mes desde que toda su ida había
cambiado... Para bien, indudablemente. Ahora tenía la libertad que
siempre había deseado, la atención que necesitaba, y por qué no,
unos cuantos caprichos que nunca venían demasiado mal, la verdad. Se
pasó el extremo del bolígrafo por los labios, en actitud pensativa.
No pensaba darle más vueltas al asunto de su familia, como tampoco
pensaba llenar su mente nuevamente de recuerdos que ahora consideraba
falsos: recuerdos de Jack ejerciendo de padre y la actitud de todos
de perfecta familia feliz, cosa que no era así como había podido
ver.
Negó
de nuevo levantándose de la cómoda silla de escritorio, metió el
papel doblándolo dos veces en un sobre en blanco y lo selló. Acto
seguido, salió del despacho caminando despacio y con la vista en la
nada. Sin un sonido abrió la puerta del final del corredor... Para
dar a otro pasillo aunque más extraño. No tenía el toque acogedor
del color melocotón con el que se había pintado todo el apartamento
que ocupaba Eva, sino que estaba pintado en blanco, con luces frías
en el techo dispuestas cada dos metros exactamente. Aquel era un
pasillo interminable, aunque era una de las muchas características
de la Base. Eva cerró la puerta de madera y echó a andar con aire
despreocupado y muy propio de ella. La Base era el cuartel de
operaciones de los llamados Nuevos Sheks, una organización que se
había gestado al abrigo de las sombras de Tokio, creciendo poco a
poco al principio, aunque a pasos agigantados finalmente. Se componía
sobretodo de humanos que habían rendido culto al Séptimo, pero tras
la partida de este el pensamiento de todos cambió. La figura que
adoraban había desaparecido con todas sus criaturas, llevándoselas
al nuevo mundo, a la nueva tierra prometida por su dios. Pero... ¿Se
marcharon todas? No. Qué ingenuos fueron al pensar ello en un
principio. Pronto, al saber que la reina shek, Ziessel estaba en la
Tierra, todas las criaturas del dios oscuro que habían permanecido
escondidas en los recovecos de la tierra y las montañas, las
marismas y ciénagas, salieron desplegando sus alas y la siguieron.
Total, ella era el único ejemplo de liderazgo que les quedaba,
además de la última esperanza para vivir. No quería que se les
diera caza. Y ahora, humanos y criaturas del Séptimos se habían
alianzado tanto para sobrevivir como para prosperar en la Tierra bajo
el increíble mando de su líder, una líder a la que Eva admiraba
sobre cualquier cosa: Ziessel. Era una mujer seria, fuerte, segura de
sí misma y de lo que quería, capaz de conseguir todo lo que
propusiera. Todo un ejemplo de mujer. Ziessel representaba todo lo
que ella quería llegar a ser. Y rezaba internamente porque así
fuera.
No
se oía nada, ni siquiera sus propios pasos. Torció a la derecha
cuando llegó al final, y continuó de manera monótona, como si
fuera una muñeca movida por unos hilos. Cuando iba a pasar por
delante de una puerta lacada en negro se detuvo y entró
tranquilamente. El cuarto en cuestión era un despacho no muy amplio
aunque perfectamente ordenado. No había ni un sólo papel fuera de
su lugar y todo parecía estar colocado milimétricamente. Sobre una
estantería alta se veían unas débiles volutas de humo danzar en el
aire mientras se elevaban a la par que desaparecían: incienso.
Avanzó unos pasos y dejó el sobre sobre la mesa de Ziessel. Estaba
más que segura que en cuanto viese para quien iba lo mandaría a la
dirección que rezaba el sobre por su cara frontal.
Asintió
ligeramente y salió de allí de nuevo, cerrando la puerta tras de
sí.
—Hola
—dijeron justo a su lado muy cerca de ella.
Toda
la piel se le erizó de golpe al momento que daba un chillido del
susto. El muchacho se echó a reír por lo bajo.
—Te
odio. ¿Qué te he dicho de dar sustos así como así? —Le
recriminó ella.
—Pensaba
que me habías oído llegar, Alison —respondió de forma serena,
sin alterarse lo más mínimo.
Era
un muchacho normal a simple vista, aunque sólo a simple vista. Su
oscuro y corto pelo hacía destacar sus facciones angulosas que no
dejaban de ser jóvenes., puesto que no tendría más de veinte años,
veintidós a lo sumo y pese a ello se juntaba con Alison como si no
existiera una importante distancia de edad entre ambos. Quizás fuese
porque él era demasiado infantil en algunos momentos o porque era
ella muy madura para su edad. Fuera como fuese, poco después de que
Alison llegase a aquel solitario edificio, se hicieron prácticamente
inseparables, aunque guardasen las distancias.
—Está
claro que no. —Respondió ella—. Estaba en mi mundo.
—Sueles
estar últimamente bastante en tu mundo, por lo que veo.
—¿Algún
problema con eso? —Arqueó una ceja ella—. A ver si ahora no voy
a poder pensar cuando a mí me de la gana.
—Relaja,
fiera —Se carcajeó apenas un instante—. ¿Qué hacías en el
despacho de Ziessel, eh?
—Nada
—dijo casi de manera instantánea—. ¿Y tú espiándome?
—No
te espiaba —Negó varias veces con la cabeza, relajado—. Sólo te
buscaba. Nos han llamado. En la sala seis en media hora. Y suponía
que no te habrías enterado así que aquí me tienes.
La
chica asintió un poco. Eso explicaba el que estuviese allí.
—Vale...
Pues vamos, Tom.
Sin
decir nada más echó a andar la primera por el solitario pasillo,
esperando que la siguiese. Y el muchacho lo hizo a una corta
distancia de ella. Se llama Tom, o mejor dicho, ella lo llamaba Tom
ya que su verdadero nombre shek le resultaba difícil de pronunciar.
Demasiadas sílabas serpenteantes en un mismo nombre, pensó ella una
vez. ¿Por qué las criaturas el Séptimo debían tener semejantes
nombres? Era casi reacia a llamarlo así por lo que el muchacho acabó
como el personaje de un libro: Thomas, o en su diminutivo, Tom.
—¿Para
que nos han llamado?
No
hacía falta ni que lo preguntase. La sala seis era la sala de
entrenamiento con armas largas, y por largas se referían a lanzas,
espadas e incluso hachas, aunque sólo unos pocos lograban manejar
bien estas y la chica no era una de ellos, aunque no le importaba lo
más mínimo. Con el tiempo había aprendido que no todo se puede en
esta vida al igual que cada persona o ser, en este caso, poseía unas
cualidades determinadas que lo hacían único, bien fuera porque
tenía fluidez con las lenguas, por su habilidad con un arma en
cuestión o simplemente, era su carácter lo que lo hacía destacar
del resto.
—Resulta
que quieren que entrenemos, esta vez en grupos de tres.
Alison
se paró en seco.
—Ese
ejercicio ya lo pasamos hace dos días —se quejó mirándolo. ¿Por
qué les hacían repetirlo ahora?— No pienso pasar de nuevo por
ahí.
—Eh,
luchas bien. Tú al menos no tienes ningún problema. Hay otros que
lo pasamos peor, ¿sabes?
—Te
he visto pelear mil veces y ojalá pelease como tú, Tom. Ojalá —el
matiz que teñía sus palabras era de pura admiración, y él lo
sabía. Por eso sonrió altanero—. Déjate de sonrisas estúpidas,
anda.
Pese
a lo que decía Tom, Alison sabía que era ella quien tenía la razón
en el asunto. Tom luchaba de manera increíble. Se movía con una
agilidad insólita, atacando siempre a los puntos débiles del
adversario: tobillos, rodillas, muñecas y cuello, y así se lo había
enseñado a la chica en las muchas horas que habían pasando
entrenando juntos en alguna sala de la Base. Para ella, Tom era su
maestro en lo que a combate se refería, dijera lo que dijesen los
que realmente ostentaban ese título dentro de aquella organización
idhunita. Título que a ella le daba realmente igual, la verdad.
Alison imitaba sus técnicas en la pelea lo mejor que sabía,
deslizándose al ritmo de la espada en aquel baile que en otra
circunstancia supondría la vida o la muerte, tal y como le habían
dicho miles de veces desde que cruzó por primera ve la puerta de la
Base. Pronto se desatará una guerra. Puedes vivir o morir. El
resultado está en lo que aprendas hoy aquí, se repetía cada día
que pisaba el suelo de alguna de las salas de entrenamiento. No todo
era azar, ni suerte, sino maestría. La capacidad de saber hasta
dónde es capaz de llegar tu cuerpo en momentos de máxima tensión,
donde cada cosa está al límite. Ella desde luego, no pensaba morir.
Había vivido engañada toda una vida, creyéndose alguien que no era
por una mentira que le hicieron creer desde pequeña, y ahora que
había descubierto la verdad latente no pensaba rendirse.
No,
ahora no.
Era
ese motivo el que la impulsaba a pelear cada día más duro, cada día
más rápida, queriendo superarse una y otra vez. Si estallaba unan
guerra tal y como había dicho una vez Ziessel ella sobreviviría, le
pesase a quien le pesase. Por ello, había decidido entrenar al lado
del mejor, aquel que a esas alturas ya estaba más que preparado. Y
no encontró a otro mejor que Tom.
Tom
era un muchacho alto, de anchas espaldas y complexión fuerte. No
tenía más de veintidós años. Llevaba el pelo corto, de color miel
oscura sin llegar a ser castaño, siempre bien peinado y brindaba con
una sonrisa a todo aquel que se la mereciera. Era algo fanfarrón,
indudablemente, y gracioso, pero luchaba como si en el instante en el
que nació lo hubiese echo aferrando su mano un arma. Era todo un
espectáculo verlo en acción sobre el terreno de simulación
holográfica. Se deslizaba de aquí a allá tan rápido que costaba
seguir la ruta que trazaba el filo de su espada en el aire. Aunque
eso no era nada en un principio. En el momento que Tom observaba que
las condiciones del entrenamiento no le eran favorables, que no podía
seguir con soltura aquello, era entonces cuando ocurría.
Apenas
instante y...
Se
transformaba.
El
cambio apenas se obraba en tres segundos. Entonces, eso sí que era
luchar. La primera vez que Eva lo vio creyó que aquello era irreal,
aunque estaba realmente equivocada. Tom era realmente un szish, una
criatura del Séptimo dios cuya destreza y habilidad lo había
posicionado entre los mejores de la base a pesar de su corta edad. No
era un híbrido como Kirtash o su madre,Victoria. Él era un szish
puro cuyo secreto se ocultaba de las miradas curiosas de humanos bajo
una apariencia similar gracias a un extraño amuleto que siempre
pendía de su cuello y sobre el cual pesaba un conjuro de
transformación temporal creado por uno de los magos que allí
residían.
—He
comido hace poco. —Volvió a replicar ella—. No tengo ganas.
—Las
peleas no vienen cuando uno lo desea, Eva. Las guerras tampoco.
La
muchacha se quedó un poco más regazada ate ese comentario
imprevisto. Ya no era la respuesta en sí, ya que al fin y al cabo,
apenas decía nada. Pero los que sabían un poco de la reciente
historia idhunita sabían a lo que se refería el szish.
Las
guerras nunca acontecían cuando uno lo deseaba.
Con
la boca cerrada, se mantuvo callada hasta que llegaron frente a la
sala seis. Dentro, dos grupos de tres miembros practicaban con nuevas
armas forjadas por los herreros que allí residían. Sí, la Base
estaba bien administrada. Todos los que habían huido de Idhún de
manera silenciosa cumplían allí diversos cargos dependiendo de en
qué aspecto destacasen, luchasen mejor o peor, tuviesen una oratoria
más o menos buena. Aquello daba igual. Eran pocos, y debían servir
a la causa, a pesar de las recientes incorporaciones de algunos
humanos. Varios de la base no entendieron aquello hasta que la líder,
Ziessel, lo explicó con más precisión y cautela. Por resumirlo de
manera básica, había embaucado sólo aquellos en cuyos ojos había
atisbado el ansia de poder y las ganas de llegar a ser alguien
importante en esta vida. Estaban desesperados, locos por servir en lo
que fuese, había dicho, y habían sido tan estúpidos de caer en la
trampa que ella, habilidosa con las cartas que el destino le había
proporcionado los había acabado convenciendo de que el mejor camino
era servirla y a su cada vez más prospero propósito.
Ellos
no habían dudado. También es que aunque lo hubiesen querido, no
habrían podido. Las influencias de un shek eran demasiado notorias
para ellos, simples humanos, con el cerebro y la comprensión de un
insecto, según había acabado anunciando los suaves labios de
Ziessel. Los mismos que se curvaron en una sonrisa al ver a Eva.
—Te
estaba esperando —dijo, haciendo caso omiso a su acompañante
masculino—. ¿Cómo estás, pequeña?
Se
encogió de hombros ante la pregunta.
—Bien.
Como siempre, supongo.
—Me
alegro. Te he llamado para que probases las nuevas armas que había
forjado nuestro herrero. Son más ligeras pero igual de resistente
que las anteriores —comentó mientras recogía del suelo una vaina
de cuero finamente labrada. Volviéndose hacia ella, se la entregó
en las manos—. Y he pedido que forjasen una especialmente para ti,
Eva.
El
tono casi meloso que empleó Ziessel en la ultima frase hizo que
muchos se volviesen descaradamente hacia el pequeño grupo,
embelesados, y hasta se podría decir que hipnotizados por sus
palabras. Era increíble el poder que ostentaba esa mujer ya que sin
necesidad ninguna de tener el poder de un dios podía y hacía que
muchos diesen la vida por ella con tan sólo pedirlo.
Eva
sacudió la cabeza un instante y asintió.
—Gracias,
Ziessel.
No
hacia falta ser muy inteligente para darse cuenta de que Eva era la
niña favorita de todos los que allí residían. Desde que cruzó las
puertas de la organización, la antigua shek se había volcado
totalmente en satisfacer sus deseos y apetencias, incluso
ateponiéndose a veces a ellos. Todo con el propósito de tenerla
contenta.
De
tener a la hija del shek y del unicornio, contenta.
La
mujer pareció sonreírle en la brevedad de un segundo y cuando
dirigió la mirada hacia su acompañante volvía a tener la expresión
tan pétrea como siempre.
—Tú
—pronuncio refiriéndose a Tom—. Prueba las nuevas armas. Ya.
Sin
mostrarse contrario a lo que le habían ordenado, asintió con una
leve inclinación de la cabeza y cogiendo más allá una lanza con
punta de madera, se adelantó a la pista de entrenamiento donde le
aguardaban dos humanos. Eva no pronunció palabra. Se limitó a
seguirlo con la mirada, viendo cómo segundos después comenzaba a
pelear contra sus oponentes.
Hubo
un momento de silencio bastante incómodo para la muchacha, pero no
se atrevió a romperlo.
—Tu
compañero sabe lo que hace en los entrenamientos —empezó
finalmente Ziessel—. No pelea mal... para ser un szish.
—No.
Nada mal —se limitó a responder—. Me gustaría saber pelear como
él.
Esa
respuesta pareció extrañar a la reina.
—¿Para
qué quieres parecerte a un simple szish cuando puedes aspirar a un
shek?
—No
lo sé —se limitó a encogerse de hombros—. Hay belleza en los
szish. Para mí más que la que posee un shek.
—Si
fueses uno no dirías semejantes tonterías, niña. Son las criaturas
más bellas de Idhún y las más inteligentes de todas las razas que
habitan tanto la tierra como el cielo —asintió orgullosa.
—En
mi opinión creo que los szish están infravalorados —volvió a
recapitular la muchacha—. Son muy fuertes, inteligentes y
habilidosos —asintió esta vez Eva, pero sin mirarla—. Lo que
ocurre es que nunca los sheks habéis permitido que lo demuestren.
Ah, perdona... Que tú ya no eres un shek.
Ziessel
la miró con rabia mal contenida pero Eva no levantó la vista.
Sabiendo el duro golpe que le había asestado a su orgullo, dio media
vuelta sobre sus talones y con la espada en mano, salió de la
estancia.
En
el tiempo que llevaba ahí su visión del mundo idhunita había
variado ligeramente. Su favoritismo, pese a la parentesco, se había
declinado de los sheks a los szish. Quizá por influencia de Tom o de
Ziessel, ya no veía a las míticas criaturas aladas tan
impresionantes como antaño. Podían ser grandes, altivas e
increíblemente inteligentes sin mencionar los poderes telepáticos
que tenían, sí. No se podía obviar el hecho de que el Séptimo los
había agraciado con grandes dones, pero ella había visto más
humanidad no en esas criaturas, sino en los ojos irisados de otra
criatura: los szish. Tom le había hecho ver el mundo desde una
perspectiva diferente y ya no sólo eso, sino que se había acercado
a hablar con ella cuando los demás simplemente seguían con sus
vidas. Comparando a Ziessel con Tom, la reina era altiva, fría y
distante, con algunas cualidades que Eva deseaba poseer algún día,
sí, pero Tom era gracioso, cercano y el único de todo el sitio al
que podía llamar realmente amigo.
y el resto de la historia?? que paso con Jack???
ResponderEliminarbuuff.. que ganas tenía ya de leer un nuevo capítulo, me esta gustando muchísimo de verdad. Sigue así por favor Kiara :3
ResponderEliminarpor cierto tienes alguna idea para el nombre shek de Tom?
ResponderEliminarholaaa, que ganas tenia ya de leer un nuevo capítulo, me está encantando de verdad, sigue así por favor. Por cierto ya sabes que nombre shek va a tener Tom?
ResponderEliminarMe encanta
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