Capítulo 2 - El Bosque

 CAPÍTULO 2

El Bosque

 

—Entonces tu padre no está.

—No. Me habría gustado que estuviese, pero se fue hace cuatro días y a no sé dónde —dijo Ismira con tristeza—. No me lo quiso decir. Me dejó un regalo y una carta en la que me deseaba feliz cumpleaños.

—Eso demuestra que te quiere, Ismira —dijo Dayeli.

—No. Bueno, sí. Pero yo no quiero regalos. Lo quería a él, pero no está... y dieciocho años no se cumplen todos los días.

Y era cierto, pero Ismira entendía el trabajo de su padre, al menos, un poco, y por ello le perdonaba su ausencia.

Las dos chicas siguieron cabalgando en silencio a través del prado. Sólo los cascos de los caballos rompían el silencio que había entre ellas. 

La nieve caía monótonamente sobre el bosque, cubriéndolo todo con un manto blanco y pálido. El vaho salía a cada respiración de la boca de Ismira. Se apretó más contra la capa que le cubría los hombros. Era azul oscura, aunque ahora, pensó cuando volvió la vista, parecía un manto de estrellas.

Apretó un poco más la marcha de la yegua. Poco a poco se iban internándose más en Las Vertebradas. La luz era cada vez más débil y la vegetación tenía un aspecto mortecino y apagado. El caballo de Ismira se puso nervioso, pero ella enseguida lo calmó con una caricia en el lomo. A decir verdad, ella también estaba nerviosa. Era la primera vez que se internaba tanto en Las Vertebradas, un lugar macabro y oscuro, según las leyendas que corrían por su pueblo. No es que fuera que Carvahall fuese muy supersticioso, pero nadie quería acercarse mucho. Habían habido demasiadas desapariciones en Las Vertebradas.

Ismira suspiró, como queriéndose quitar aquellos pensamientos de la cabeza.

Miró por el rabillo del ojo a Dayeli. Mantenía una actitud serena y tranquila, pero por la manera en que aferraba las riendas de su caballo, Dafrak, se deducía que estaba inquieta.

Hacia cuatro años que le habían regalado su caballo y en el pueblo era de sobra conocida por su gran habilidad con estos animales. Montaba realmente bien y sabía mantener a todo momento la compostura a lomos del animal. Pero aquel momento era diferente. Parecía tranquila, pero en realidad estaba tensa y nerviosa, al igual que Ismira.

La muchacha lamentó haberla involucrado. Pero, ¿por qué?

Si sólo vamos a por moras y ya está, pensó la chica confundida. Aunque nunca se habían adentrado tanto en las montañas.

Siguieron andando, intranquilas, cuando de pronto, los caballos se detuvieron en seco. Ismira, que iba absorta en sus pensamientos mirándose las manos no se dio cuenta de lo que se alzaba justo delante de ella.

—Ismira —Dayeli hablaba en voz baja.

La muchacha volvió en sí y alzó la cabeza. Ante ellas se alzaba una pared blanquecina, con un aspecto vaporoso aunque bastante espesa: niebla. Era un cortado de niebla que parecía dividir el bosque en dos secciones. Se volvió para mirar a Dayeli y descubrió que la miraba fijamente. Su rostro mostraba una mueca de miedo semioculta.

—Creo que lo mejor sería volver...

A punto estuvo de asentir pero lo pensó mejor.

—¿Y todo el camino recorrido para nada? Seguimos —apretó al caballo.

—Ismira —alzó la voz su amiga—. En la zona interior de Las Vertebradas hay lobos. No creo que sea prudente entrar.

—Los lobos salen a cazar sólo cuando el sol se pone —respondió.

—¿Y si nos topamos con alguno?

Sin duda, Dayeli deseaba volver. Se le daban bien los caballos, pero la valentía no iba con ella.

Ismira sopesó las posibilidades. Ella también estaba un poco asustada y quería volver, al igual que su caballo, pero algo dentro de ella le empujaba a entrar en la niebla.

Era como si la bruma la llamase.

No lo dudó más.

Con suavidad, clavó los talones al caballo para que avanzase en la dirección de la niebla. El animal al principio se resistió, pero pronto cedió y se encaminó hacia la espesura. Dayeli observaba boquiabierta. Ismira ya había atravesado la niebla cuando su amiga reaccionó, e hizo ponerse en marcha a su montura tras el hueco que había dejado la otra muchacha al atravesar la densa bruma.

—¡Ismira, espera!

Y al igual que su amiga, ella también se adentró en la espesura.

Todo el bosque se sumió en el silencio, de nuevo.