Capítulo 6 - Demasiado en juego


Capítulo 6
Demasiado en juego


Jack colgó el móvil y miró a su alrededor. Se maldijo interiormente por no haberse dado cuenta antes desde el principio que aquel olor repugnante era olor de shek. ¿Cómo era posible que no se hubiese caído en la cuenta? Muy sencillo, pensó: hacía demasiado tiempo que Christian no se había transformado, al igual que él. Pero ahora no debía pensar en eso y lo que debía hacer era centrarse en buscar la manera de salir de allí. Miró a su alrededor en busca de alguna salida. La más lógica era la puerta, y por lo que veía, era la única, pero el problema es que estaba a pocos metros de la gigantesca serpiente. En otras condiciones, quizás podría haber atravesado la puerta y haber echado a correr, pero en aquel instante debía ocuparse de sus parientes y sobre todo, de su hijo, por lo que no podía arriesgarse.
Se jugaba demasiado en aquella ocasión.
Por una vez desde que estaba en la Tierra maldijo no haberse traído a Domivad consigo, su espada de fuego, lo único que podía acabar con la vida del monstruo. Pero, siempre quedaba su otra alma. Yandrak ardía en deseos de salir al exterior y hacer trizas a la serpiente. Desde que se había instalado en la Tierra, Jack no había dejado salir a Yandrak, y desde ese momento, el dragón había estado aletargado dentro de él, aunque ahora rugía en su interior.  Yandrak era su única salvación, pero no era todo tan sencillo. Jack había ocultado durante mucho tiempo al dragón, demasiado tiempo quizás, y en aquel momento no se encontraba  muy seguro de sí mismo para hacer que su alma de dragón saliese al exterior. Deseaba escapar de aquella trampa cuanto antes, deseaba poner a salvo a su familia, a su hijo, pero de hacerlo, toda su familia sabría su secreto, el secreto que llevaba ocultando todo aquel tiempo.
Se mordió el labio inferior. De nuevo, giró la cabeza y buscó al shek con la mirada. Seguía en la misma posición que antes, inmóvil. Jack no lo comprendía. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso...? Un detalle que se le había pasado por alto: telepatía. Aquel shek se estaba poniendo en comunicación con alguien. ¿Era posible? Si lo era y llamaba a alguien o algo, Jack tendría más problemas de los que estaba teniendo ya.
Bajo la mirada y observó a Erik. Se parecía tanto a él... Buscó su mano y la aferró con fuerza. El muchacho lo miró. En los ojos de Jack llameaba un fuego que jamás había visto.
―Erik ―empezó―. Pase lo que pase, veas lo que veas, quiero que sepas que te quiero, que eres lo mejor que me ha pasado en la vida y que jamás te cambiaría por nada del mundo. No lo dudes nunca.
―Espera, ¿qué vas a hacer?
―Cuando creas que es el momento oportuno corre a la calle, ¿vale? Llévate también a tus tíos.
Su padre soltó su mano y se levantó.
―¡Papá!
Pero ya era demasiado tarde. Decidido le plantaba cara al shek y ahora sin ningún estante que lo ocultase.
Y entonces, Jack empezó a brillar, envolviéndolo una luz blanca y rojiza muy distinta a la que había rodeado momentos antes al otro hombre, pues ésta tenía más fuerza y vigor. De pronto, una gigantesca cabeza de dragón de escamas doradas salió entre la luz, con las fauces bien abiertas mostrando su enorme dentadura amenazante. Emitió un rugido y dos alas doradas membranosas rompieron todo el tornado de luz que había a su alrededor, mostrando por fin, a la criatura. Un enorme dragón dorado se alzaba imponente delante del shek. Abrió por completo las alas y rugió con furia, mostrando toda la fuerza que había estado reteniendo durante todos esos años. Sus ojos verdes estaban puestos en su enemigo. La serpiente chilló y se abalanzó contra él con los colmillos desplegados dispuesto a matar y destrozar a su oponente. El dragón aguardó hasta el último momento y cuando la tuvo prácticamente encima, interpuso sus garras por en medio, aferró a la serpiente por un ala, desgarrándola por completo y la mordió con fuerza en el lomo. El shek que no se esperaba esto, cuando se vio entre las garras de la bestia, lucho por soltarse y golpeó con su cola todo lo que había a su alrededor, arrojando al suelo los estantes que ahora parecían diminutos al lado de aquellas dos bestias. Unos gritos agudos llamaron la atención de Yandrak, que desvió la mirada un segundo para ver lo que ocurría: Erik estaba junto a San y Sarah, muy cerca de la puerta. Pero Julie en cambio, había sido alcanzada por un estante que había salido por los aires y en aquel momento tenía la pierna atrapada bajo él. Era ella la que gritaba.
De pronto, algo golpeó con violencia Yandrak en la mandíbula y lo lanzó varios metros hacia atrás, estampándolo contra la pared, que se hundió hacia el interior. El shek había necesitado sólo un segundo para desasirse de las garras del dragón y ahora estaba libre. Yandrak levantó la cabeza mirando a la serpiente y rugió con fuerza. No se iba a dar por vencido tan pronto.
Era justo lo que había estado esperando el shek y contraatacó de nuevo, lanzándose a por su presa que ahora estaba en el suelo. Pero llegó tarde. El dragón se irguió deprisa y ésta vez lo aferró por el cráneo, impidiéndole morder. Giró sobre sí mismo y le pisó la cola, que se movía frenéticamente.
Jack se sorprendió por la torpeza de sus movimientos. Estaba desentrenado, pero no debía descuidarse. Había demasiado en juego.
Venga Jack. ¡Venga!
Yandrak alzó entre sus patas al monstruo hasta situárselo a la altura de los ojos y abrió las fauces. De repente su garganta se iluminó y un calor infernal emanó de ella. El shek empezó a colear en un intento desesperado por volver a zafarse, pero fue en vano. Jack sabía lo que significaba aquello, y para su desgracia, también el shek. Y sin mostrar piedad ninguna, de la garganta del dragón surgió una potente llamarada, roja y caliente como la propia lava que engulló por completo a la serpiente. Un elevado chillido de muerte se elevó en el local, pero pronto paró y unos segundos después, el fuego de la llama fue cesando hasta parar por completo. Sólo entonces se pudo observar a la serpiente, o en este caso, lo que quedaba de ella. Ahora el shek ya no era más que unos jirones de piel y carne chamuscada cuyo humo se alzaba negro hacia el techo de la tienda. La transformación de Jack en Yandrak había provocado que el voluminoso cuerpo del dragón tirase por los suelos los numerosos estantes, desparramando toda la comida por los suelos y rompiendo un par de paredes con sus alas. Ahora, la tienda de veinticuatro horas en la que habían entrado momentos antes no parecía la misma, sobre todo por el cuerpo medio calcinado del shek que yacía en medio del lugar.
Yandrak dio varias bocanadas de aire, jadeando todavía, cerró los ojos y emitiendo un gemido, empezó a brillar envolviéndolo de nuevo aquella luz naranja. Fueron segundos escasos lo que duró la transformación y pronto, la luz comenzó a amainar, dejando entrever poco a poco la figura de un muchacho rubio hasta apagarse. Jack abrió los ojos de nuevo, convertido esta vez en humano. Jadeando, miró a ambos lados con pesadez. Aquella lucha lo había dejado exhausto. Los entrenamientos del gimnasio como de esgrima no tenían comparación a lo que momentos antes había experimentado. Hacía demasiado tiempo que no volvía a meterse bajo la piel de Yandrak y le había supuesto mucho esfuerzo, más de lo que había imaginado.
La tienda estaba destrozada. Los estantes estaban volcados por toda la tienda y algunos abollados o aplastados por completo debido a que los había pisado las enormes patas de Yandrak. El techo, al igual que las pareces no habían corrido mejor suerte: Yandrak había sido lanzado en un descuido suyo contra una pared, y esta no estaba a pruebas de dragones. El resultado era que parecía que habían estampado una excavadora enorme contra ella, provocándole un hundimiento impresionante. Las cristaleras estaban rotas, algunos fluorescentes del techo se habían caído durante la pelea, lo que daba al ambiente una semioscuridad tétrica con el cuerpo del shek chamuscado en el suelo.
 Unos pasos sobre los cristales rotos advirtieron a Jack, que se volvió cansado hacia el lugar.
―Papá...
Erik lo miraba extrañado, como si acabara de descubrir que su padre era un asesino o...
Un monstruo, pensó Jack para sus adentros.
Pero no había tiempo: había causado demasiados destrozos y el suficiente ruido como para que los vecinos lo hubieran oído y advirtieran a la policía de ello.
Debían salir de allí cuanto antes.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Jack empezó a andar en dirección a su hijo. Éste se quedó petrificado y levantó los brazos para protegerse. Ese gesto le dolió a Jack más que nada. Su hijo le tenía miedo.
―Erik... ―empezó, pero las palabras se le agolpaban en la garganta y le impedían hablar―. Tenemos que irnos de aquí o vendrá la policía.
―¿Qué eres? ―preguntó asustado.
―Te lo contaré ―dijo rápido―. Te lo contaré en cuanto lleguemos a casa, pero si no nos vamos ahora corremos peligro.
Y es que la policía no era el gran problema. El shek, cuando había estado esperando a que apareciese Jack, había transmitido un mensaje telépata a sus compañeros. Jack lo había notado, pero no sabía con certeza a cuántos de ellos, y por supuesto, no pensaba quedarse a descubrirlo. Con uno había podido, pero ¿y con más?
Jack se acercó más a él, lo cogió del brazo y lo obligó a mirarlo a los ojos. La cara del muchacho estaba manchada de hollín.
―Esto es una historia larga, y ahora no es el mejor momento para contarla. El tiempo apremia y si no nos vamos ahora puede que vengan más como ése ―las palabras de Jack surtieron el efecto deseado en el chico, que abrió más los ojos asustado. Pero Jack siguió hablando―. Ahora más que nunca necesito que te comportes como un hombre, ¿entendido?
La mirada del chico se volvió seria y asintió con la cabeza a la petición de su padre, que sonrió aliviado, pero sólo duró un momento.
―¿Dónde están tus tíos? ―preguntó mirando hacia la cristalera.
―En el coche ―respondió el chico señalando fuera―. Están esperando.
―Bien, vámonos.
Agarró la mano de su hijo y ambos echaron a andar fuera de la tienda. Entraron en el coche, sentándose Jack en el asiento del conductor. Giró la cabeza para mirar a sus ocupantes y vio el miedo en sus miradas. Todos estaban bien, o al menos era lo que aparentaban. Sin querer perder tiempo dando explicaciones, arrancó el coche, encendió las luces y pisando el acelerador, se marcharon de allí, rumbo a casa.
El camino siguió en silencio y el ambiente dentro del vehículo se podía cortar con cuchillo. Probablemente nadie quería hablar por el miedo y Jack lo sabía, al igual que sabía que les debía una explicación. A todos. Y ahora más que nunca, la verdad debía salir a la luz.
―¿Estáis todos bien?―preguntó hacia detrás.
―Julie se ha tor-torcido el tobillo―tartamudeó Sarah, presa del pánico.
Una estantería, según recordaba, le había atrapado el pie. De todos modos, no había de qué preocuparse, Victoria se haría cargo de ella.
―Bien, no pasa nada. Ahora vamos a casa de nuevo, ¿vale?―explicó cuando se incorporó a la carretera. Desde ese punto solo faltaban apenas veinte minutos hasta llegar o quizás menos con la velocidad que llevaban―. Julie, allí Victoria te curará. No te preocupes.
Miró instantáneamente por el retrovisor hacia sus ocupantes de la parte trasera y vio que todos le devolvieron la mirada, muertos de miedo.
Les debía una explicación, sí, pero aquel no era el momento ni el lugar para ello. Ya tendría tiempo de explicarse cuando llegasen a casa.
Cuando llegasen a casa...
La frase le parecía extraña. Tenía tantas ganas de llegar como si hubiese pasado años fuera. Minutos antes había estado a punto de morir por culpa del ataque de un shek.
Un shek...
La palabra le parecía irreal. Había pasado demasiado tiempo desde la última vez que la pronunció, aunque lo que más le había impactado había sido enfrentarse de nuevo a una de aquellas bestias en un combate a muerte. ¿De verdad había ocurrido? ¿De verdad se había mostrado en su forma de dragón frente a sus familiares, frente a su hijo? Las preguntas lo golpeaban sin compasión, provocándole un fuerte dolor de cabeza. Respiró hondo, intentando tranquilizarse en lo posible. Miró por el rabillo del ojo a su hijo. Miraba al frente, serio, con un par de mechones rubio cayéndole por encima de los ojos, pero parecía darle igual. Con lo que había pasado momentos antes como para preocuparse de unos mechones. Su padre le había pedido serenidad, comportarse como todo un hombre. Pero quizás su padre no fuese del todo su padre. Se parecían, indudablemente, pero su padre era... un monstruo. Un dragón dorado. ¿Cómo se explica eso? Erik no paraba de darle vueltas a la cabeza. Su padre, el que había estado ahí en todo momento era un dragón, una criatura gigantesca salida de un cuento de hadas. ¿Acaso era real todo aquello? ¿De verdad que existían los dragones? Sigilosamente, se arremangó un poco el abrigo y se pellizcó con fuerza. Apretó los dientes. Seguía en el coche, con su padre al lado.
Vale, no es un sueño.
Tenía que admitirlo en silencio: su padre se podía transformar en dragón. ¿Se podría transformar en más cosas o sólo en aquella cosa? Y si sólo podía adoptar la forma de aquella criatura ¿entonces también existirían otras criaturas fantásticas, como elfos y hadas? La idea que de el mundo estuviese plagado de gnomos transformados en humanos no le hizo mucha gracia. Miró fuera. La carretera pasaba a toda velocidad por debajo de ellos, perdiéndose en la oscuridad de la noche. Vio un cartel. Apenas quedaban seis minutos para llegara a casa.
De repente cayó en la cuenta de un dato que hasta entonces se le había pasado por alto.
¿Qué pasaba con Victoria, con su madre? ¡Ella no lo sabía! Dios. Entonces, ¿como le iban a contar aquello? Erik abrió por completo los ojos y miró a su padre. Éste vio que lo miraba con cara extraña y le devolvió la mirada.
―¿Qué pasa Erik?
El muchacho no dijo nada y volvió la vista al frente.
En cuanto su madre se enterase... la que se iba a armar. ¿Cómo se lo iban a decir?
Mira mamá, que íbamos a por chocolate porque la pesada de Julie insistió mucho y nos hizo parar en un sitio muy chungo. Allí nos podríamos haber encontrado a Freddy Krueger, pero no. Nos encontramos una serpiente alada enorme que nos atacó, y fue entonces cuando papá se hizo el héroe y se transformó en un dragón dorado que mató a la serpiente y dejó la tienda hecha añicos. Y al final no nos llevamos el chocolate.
 No. No le podía decir eso. Sonaba más bien a la típica película de efectos especiales pésimos que echan por las tardes en la tele. La reacción de su madre sería... a no ser que ella ya lo supiese. Que Jack se lo hubiese contado tiempo atrás.
Claro, muy normal todo.
No le dio tiempo a Erik en seguir dándole vueltas a la complicada situación familiar a la que se había visto obligado a vivir, porque justo en ese momento aparcaban el coche delante de la puerta del garaje. Jack apagó el motor, pero nadie se movió. Todas las miradas estaban puestas en él.
―Bueno, ―empezó― ahora...
Algo golpeó la ventana del conductor. Sobresaltados, todos se volvieron hasta aquel punto. Fuera,  Victoria aguardaba nerviosa. Abrió la puerta del conductor y abrazó con fuerza a Jack.
Estaba llorando.
―Victoria, tranquila ―le susurró al oído. Salió del coche con todavía la chica rodeándole el cuello y cerró la puerta del coche tras de sí. Necesitaban un momento a solas.
Victoria no respondió, pero lloró un poco más alto, con ganas y fuerza, liberando todo el miedo y  los nervios que le habían atenazado el estomago hasta ese momento.
Jack lo comprendió y la abrazó con más fuerza, hundiendo el rostro en su pelo.
―Jack... ―dijo ella entre balbuceos. Las lágrimas le impedían hablar con claridad.
―Shh. Tranquila. Ya estoy aquí. Todo ha pasado ―murmuró acariciándole el pelo―. Está muerto. No tienes de qué preocuparte, ¿vale?
Separó su cuerpo del de la chica y, cogiéndole el rostro con ternura, la obligó a mirarlo a los ojos. Y sin esperar respuesta alguna, la besó. La besó con fuerza, sediento de ella. No quería decirle que él también había sentido miedo, que había estado aterrado de perderla, de morir y no volver a ver aquellos ojos que lo perdían, aquella boca que tanto le gustaba besar.
Aquella chica por la que sin duda, moriría.
Dentro del coche, todos observaban el reencuentro de la pareja. Erik suspiró.
Vale, su madre sí que lo sabía.
Bueno, ya sólo me quedan veinte preguntas que hacerles a los dos.
Giró la cabeza para ver a los pasajeros que iban detrás. Ellos también observaban a la pareja y parecía que el miedo que hasta entonces habían sentido se había disipado por completo. O casi, porque a Sarah le temblaba levemente el labio inferior. Armándose de valor, Erik salió del coche y cerró la puerta. Rodeó el vehículo y se plantó detrás de sus padres, con las manos en los bolsillos. Victoria se percató de él, separándose de Jack.
―Erik...
―Paso de ponerme a chillar como lleva haciendo Julie todo el santo trayecto, pero que sepas, no, que sepáis que me debéis una explicación ―murmuró arqueando una ceja―. Que yo sepa, no todos los niños tienen un padre―dragón ―esa frase le valió para que Victoria abriese los ojos de par en par. Sin duda, Erik había captado toda su atención, que era lo que había pretendido―. Por cierto, Julie se ha torcido el tobillo. Os espero en casa.
Y sin decir nada más, pasó por su lado y se internó en la casa. Fuera la pareja se quedó mirando la puerta entreabierta por donde había desaparecido el muchacho y se miraron.
―¿Y cómo se lo explicamos? ―consiguió decir Victoria.
Jack frunció el cejo.
―De eso ya nos ocuparemos más tarde, aunque hay que procurar que no le diga nada a su hermana. Ahora tenemos un problema más gordo.
Posó sus ojos en algún punto detrás de ella. Victoria se volvió y vio el coche, con Sam, Sarah y Julie dentro, aterrados.
―¿Qué hacemos ahora? ―Inquirió él.
La muchacha lo miró y se mordió el labio, pensativa. Todos los planes que habían formulado desde que habían puesto un pie en la Tierra se habían desmoronado por completo antes de lo previsto. Jamás habría supuesto, ni ella ni Jack, que aparecerían unos parientes lejanos que reconocerían al muchacho en cuanto lo viesen.
―Hazlos pasar ―murmuró tras unos instantes―. Me ocuparé del tobillo de Julie, aunque me va a costar un poco.
―¿Un poco?
―Descubierto ya el pastel creo que da igual utilizar magia o no ―esbozó una media sonrisa―. Os esperaré dentro.
Se puso de puntillas y le besó en la mejilla. Dio media vuelta y se internó en la casa. Jack la miró mientras se alejaba y luego levantó la vista hacia el cielo oscuro y exhaló lentamente el aire de sus pulmones. Estaba cansado, cansado y a la vez feliz, feliz de haber vuelto otra vez sano y salvo a su hogar, junto a Victoria. Pero ahí acababa todo lo bueno. Sam, Sarah y Julie lo complicaban todo. Ése era el gran problema que se le echaba encima por instantes. Pero no podía derrumbarse, por muy cansado que estuviese, tenía que permanecer firme y ahora más que nunca.
Tomó aire y se giró hacia el coche. Avanzando lentamente, agarró el manillar trasero del coche y lo abrió. La primera cara que vislumbró gracias a la luz trasera del coche fue la de Julie, que era la que estaba más próxima a él.
―Vamos, salir ―dijo intentando reflejar tranquilidad en su voz―. No tengáis miedo.
Nadie se movió. Quizá era el miedo el que paralizó sus cuerpos pero, fuera lo que fuera, Jack no estaba por la labor de esperar más de lo necesario. Sin duda, podía verles el miedo reflejado en sus ojos.
Miedo, pensó, miedo... ¿de qué? ¿De mí?
Lo sabía perfectamente pero no quería creerlo.
―He sido yo el que os ha salvado de esa serpiente ―dijo con seriedad―. Creo que no soy yo al que tenéis que tenerle miedo.
Se quedaron mirándolo, deseando que sus palabras calasen en los ocupantes del coche. Incapaz de esperar por más tiempo una respuesta, se adelantó y cogió entre sus brazos a Julie, sacándola del coche. Aquel gesto pilló desprevenida a la muchacha pero, si estaba desacuerdo o no no lo hizo saber. Sam comprendió el gesto del muchacho y abrió la puerta para salir fuera. Sarah lo siguió y ambos se plantaron delante del joven.
―¿Y ahora? ―inquirió Sam.
Jack no dijo nada. Cargando con Julie, se giró y caminó hacia la puerta abierta de la casa. Los demás lo siguieron, en silencio. En la calle, las farolas se encendieron, haciendo tintinear su peculiar luz anaranjada sobre el fondo azul oscuro casi negro de la noche.
Anaranjada, pensó Sam, casi el mismo color que el dragón.
Pero no había tiempo para pensar en ello. Jack entró en la casa y sus acompañantes lo imitaron, cerrando la puerta tras ellos. El muchacho se dirigió hacia el salón y de pronto, se paró en seco. En medio de la estancia se alzaba una figura vestida de negro, que lo miraba muy fijamente con sus ojos del color del hielo.
―Christian...
El hombre no dijo nada. Miró a Julie y se limitó a señalarle uno de los sofás donde dejar a la muchacha. Jack asintió y con cuidado, depositó a Julie en el sofá señalado.
―Gracias ―murmuró la joven.
Jack iba a responderle cuando una mano le aferró el abrigó y tiró de él fuera de la estancia. Christian no era demasiado dado a los contactos físicos, y menos con él, pero aún así lo siguió.
―¿Qué ha pasado? ―Quiso saber.
―¿Qué haces tú aquí? ―Preguntó a su vez Jack.
―Victoria me llamó poco después de recibir tu llamada. ¿Qué ha pasado, Jack?
El chico respiró hondo, decidiendo por dónde empezar a relatar.
―Iba a llevar a mis tíos de vuelta al hotel. Dentro de Newark pasamos por una tienda veinticuatro horas y Julie se empeñó en que quería chocolate. Todos bajamos del coche y entramos en la tienda ―Jack no dejaba de mirarlo fijamente a los ojos―. Aquel comercio era muy raro, demasiado. Tenía que haberme dado cuenta desde el principio, pero no caí hasta que no estuvimos un rato por allí y sobre todo, hasta que no apareció el “dependiente” ―hizo una pausa―. No fue hasta entonces cuando vi claramente las señales, por así decirlo.
―¿Señales?
―Sí. Cuando entré en la tienda había un repugnante olor en el ambiente pero, según vi, ninguno de los demás pareció percatarse de ello. Era un olor familiar, pero no lo supe relacionar en aquel momento. Aunque la prueba más evidente fue cuando salió el dependiente y me miró directamente a los ojos. Los ojos de aquel tipo no eran normales, sino irisados, los mismos que posee una serpiente. Ahí fue donde me percaté de todo y el dependiente también. Grité que todos se escondieran y justo en aquel momento, empezó a brillar y poco después, donde había habido un humano había un shek. No me quedó más remedio que transformarme y enfrentarme a él delante de todos, y por suerte, acabé con él. Cogimos el coche y nos largamos de allí ―suspiró―. Y eso es todo. Julie se ha torcido un tobillo, pero eso es lo de menos, Christian. Me han visto todos, todos, incluyendo a Erik.
Christian desvió la mirada, intentando asimilar todo aquel relato.
―Pero es imposible... ―murmuró―. Un shek no puede transformarse en humano.
―Tú sí, aunque eres un caso aparte. Yo también he pensado lo mismo, pero no te extrañe que los shek hayan evolucionado, que se hayan adaptado a nuestro mundo. Piénsalo ―le dijo―. Como sheks no pueden ir a ninguna parte pero, en cambio, como humanos sí.
―¿Y cómo han conseguido volverse humanos?
―Pues de la misma manera que tú.
―Imposible ―negó.
―Yo también pensé eso, pero no se me ocurre nada más ―aclaró―. Aquel dependiente era demasiado real para tratarse de un hechizo de camuflaje o algo por el estilo, Chris. Cuando estuve allí, ese hombre emitía calor como tú y como yo. Si hubiese sido magia lo habría notado enseguida.
―¿Lo hubieses notado? ―inquirió molesto―. ¿Y acaso no notaste el hedor que desprende una serpiente?
―Sí, quizás sí, si no hiciera tanto tiempo que tú no te transformas ―apretó los dientes.
Christian entrecerró los ojos, mirándolo de arriba a abajo.
―Eres un pésimo dragón ―soltó.
Jack, que tenía los nervios a flor de piel, no estaba dispuesto a aguantar ningún insulto y agarró por la camisa a Christian, estampándolo contra la pared.
―Cuando quieras ―susurró―. Cuando quieras nos alejamos de aquí y nos enfrentamos tú y yo solos, sin armas ni palabras. ¿Lo entiendes, Kirtash?
―¡Jack! ―exclamó alguien detrás de él.
El muchacho soltó a su oponente y se volvió. Victoria los observaba.
―Victoria...
―¿Te has vuelto loco? ―le espetó―. Lo último que necesitamos ahora es una pelea entre vosotros dos, por favor. Escucha, necesito que vayas al salón y tranquilices a Julie. La muchacha está demasiado nerviosa como para curarla con magia.
―Sigo pensando que es una mala idea lo de la magia, Victoria.
―Lo sé, pero tengo pensado algo ―desvió la vista por encima del hombro de Jack. Éste se dió la vuelta y vio a Christian.
―¿Qué? Un momento, ¿qué pensáis hacer? ―dudó. Jack se sentía contra la pared, como si estuviese en una ratonera.
―Borrarles la memoria ―respondió Christian.
―¡¿Qué?! ―el chico no daba crédito a lo que oía.
―Sí. Ya que han visto al shek y a ti convertido en dragón, no creo que pase nada por usar la magia y explicarles todo. Pero después, Christian les borrará la memoria.
―Pero, ¿hasta cuándo? ―inquirió.
―Pues... ―Victoria bajó la mirada― hasta que te reconocieron.
―No recordarán nada de tu encuentro con ellos ―terminó Christian.
―Es lo mejor, Jack. Piénsalo ―la muchacha se acercó hasta él para acariciarle el pelo, pero él se apartó.
―¿Y Erik? ¿Qué vais a hacer con él? ―preguntó. No estaba dispuesto a permitir que Christian se acercase hasta él, eliminando el recuerdo de su padre convertido en un majestuoso dragón dorado. Si el shek pensaba hacerle algo, él no se reprimiría por más tiempo y dejaría salir a Yandrak para encararse a Christian.
―A él se lo puedes explicar tú. Creo que se lo ha tomado bastante bien, aunque Alison no sabe nada y me gustaría que siguiese así ―dijo con voz tranquila Victoria. Podía notar la rabia y la ira emanando de Jack a grandes magnitudes. El joven estaba a muy poco de perder los nervios―. ¿Crees que podrás convencer a Erik para que guarde el secreto?
Jack la miró y pudo sentir cómo toda la furia que sentía se esfumaba por momentos. Sin duda, Victoria le sentaba bien. Con unas pocas palabras suyas hacía que él se tranquilizase, evitando sin duda una catástrofe.
―Está bien. Hablaré con él después ―dijo apenas en un susurro.
―Bien. Ahora acompáñame hasta el salón ―le cogió la mano―. Aún queda lo peor.
Jack la miró y comprendió a lo que se refería. Entraron en el salón todavía de la mano hasta donde estaba Julie quejándose.
―Hola Julie ―saludó Jack como si nada, y se sentó a su lado. En el sofá de enfrente, Sam y Sarah observaban en silencio.
Victoria se arrodilló a los pies de la muchacha y examinó el tobillo del que se quejaba Julie. Por lo que vio por encima, estaba un poco inflamado, pero nada grave.
―Me haces daño ―le dijo a Victoria en cuanto la tocó.
―Tranquila. Te lo va a curar, ¿entendido? ―Jack aparentaba la misma tranquilidad que la de un corderito―. Victoria no te va a hacer daño. Sabe curar de manera muy especial.
Dirigió la mirada hacia Victoria y entonces, la chica colocó las manos sobre el tobillo inflamado y dejó que la magia corriese de nuevo por ella. Le costó bastante, ya que hacía mucho tiempo que no la utilizaba. De las palmas de la mujer emanó una luz blanca que, poco a poco fue entrando en Julie, sanándole la zona herida. La muchacha abrió mucho los ojos, impresionada hasta la médula, pero no se movió. Aquella luz que la invadía era muy agradable, provocándole una sensación de felicidad en estado puro que jamás había sentido. Fuera lo que fuese, no quería que acabase nunca aquella sensación. Pero, para su desgracia, acabó y miles de preguntas se le agolparon en la garganta, esperando ser respondidas.
-Tío Jack –dijo. El muchacho se volvió-. No puedo callármelo, más que nada porque esto no es normal. Dime, ¿qué eres?
La pregunta definitiva ya estaba formulada. ¿Quién era él para ella, para sus tíos, para el mundo? ¿Amigo o enemigo? ¿Alguien en quien confiar o por el contrario, alguien del que uno debía alejarse? Jack cogió aire, y se armó de valor, dispuesto a contarles a las únicas personas que no se habían olvidado de él desde el momento en el que desapareció la auténtica verdad.



7 comentarios :

  1. Esta muy bien de verdad, me ha encantado haber cuando subís el prósimo ;D

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    1. Hola Anónimo:

      Muchas gracias. Me alegro que te gustara :D
      Un saludo!

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  2. La verdad es que estaria muy bien que siguieras con esto. Gusta mucho
    Enhorabuena Kiara

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    1. Hola Mrs:
      Siento tardar tanot en contestarte, pero la cosa es que sí, lo seguiré. Hasta ahor ano he pensado en dejarlo ;)

      Un saludoo!

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  3. me encanta!!!!
    sigue asi que tienes mucho exito ;)
    saludos

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  4. me encanta como relatas sigue asi

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  5. Eres genial,sigue como vas y serás la próxima Laura Garcia Gallego,y ya de paso escribe el V XD

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