Capítulo 5 - Imposible



Capítulo 5
Imposible



El daño ya estaba hecho y era irreparable, aunque Christian siempre podía usar sus poderes psíquicos para borrar aquellos recuerdos de los niños, pero ¿de qué serviría? En el fondo, tenían derecho a saber la verdad acerca de su padre, la de su padre y de sus abuelos, de los que hasta ahora los habían creído vivos. Vivamente muertos.
El ambiente del salón era extraño.
Jack estaba apoyado en la mesa sobre sus codos, mirando al plato, dándole vueltas cómo salir de la situación, aunque no encontraba la respuesta. Sam, por su parte, miraba al muchacho e intentaba animarlo con los típicos “no pasa nada”, sabiendo que había metido la pata hasta el fondo. Mientras tanto, Julie estaba absorta en su mundo observando embobada a Christian, que la ignoraba por completo. Ni siquiera la miraba, ya que estaba consiguiendo sacar toda la poca paciencia que tenia dentro de sus dos almas, y eso que ya era bastante. Pero que no se creyese el más afectado con la visita de la familia: Victoria estaba aguantando con una cordial sonrisa las charlas sobre cocina de Sarah.
Las cosas se estaban alargando, demasiado para Christian. De entre todo el barullo, la figura del joven se alzó, fijándose todas las vistas en él. Aquello desconcertó un poco a los parientes pero Christian les hizo caso omiso. No estaba para perder el tiempo con aquellos desconocidos, pensó para sus adentros, y con la misma sutileza de un gato, salió de la habitación sin tan siquiera despedirse.
El salón se quedó en silencio unos instantes.
—¿Porqué se ha ido?—inquirió molesta Julie. Su gran amor, a parte de no hacerle ni caso, se había ido sin tan siquiera despedirse de ella.
Jack miró por el lugar en el que había desaparecido Christian.
—Tiene un asunto importante que tratar.



En la puerta sonaron tres golpes secos.
—¡Vete! —Dijo un grito desde el interior de la habitación. Sonaba entremezclado con la música rockera que sonaba de fondo—. ¡No quiero ver a nadie!
Pero la persona que aguardaba fuera no iba a darse por vencida tan pronto, y abrió la puerta.
La primera imagen que obtuvo fue la figura de Alison, sentada con el vestido azul encima de su cama, arrugándolo por completo. Las lágrimas corrían por su cara, y en su rostro se mezclaban dos sentimientos: tristeza y odio. Pero cuando vio quién era el que entraba sin ser invitado en su habitación, pareció relajarse, pero solo en parte. Christian cerró la puerta detrás de él.
Alison lo miró tímidamente.
—¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí?
Si hubiera sido otra persona lo abría echado sin miramientos, pero con él era distinto. En verdad temía decir algo y que Christian desapareciese por la puerta. Las ocasiones que tenía para verlo eran escasas y ahora que podían estar solos no quería fastidiarlo.
—No quiero que llores.
—¡No estoy llorando!
Christian posó sus fríos ojos en ella.
—¿De veras?
La chica apartó la mirada. Por un momento temió que se acercase hasta donde estaba ella, pero no era el primer movimiento que pensaba realizar.
Con movimientos lentos, se acercó hasta una mesilla de la pared izquierda. La habitación de la chica era curiosa y muy bonita. Las paredes tenían un suave color azul oscuro tenue, casi añil o índigo. Los muebles que habían eran de color claro crema, y la decoración en general de la habitación no era cargada. En absoluto. Es mas, quien no conociera a la chica se podría imaginar, por la escasa decoración, que era sosa y aburrida. Pero en verdad no era así. Alison era simpática y agradable, al igual que podía ser fría y calculadora a veces.
Encima de la mesa crema descansaba un terrario, iluminado con una pequeña bombilla semioculta por unas hojas verdes artificiales sobre un lecho de arena roja.
Christian se inclino sobre él.
—¿Cómo está Kirtash?
Alison levantó la cabeza.
—Bien —dijo sin darle importancia—. Ha mudado de piel hace pocos días. Está más brillante.
Kirtash era la pequeña falsa coral que dormía plácidamente en el terrario. Había sido un regalo de Christian cuando Alison cumplió los doce años. A la mayoría de los residentes de la casa no les había echo ninguna gracia el regalo del tío, en especial a Jack y Erik, que se habían opuesto radicalmente a limpiar el terrario o ha acercarse siquiera. Era una sensación de rechazo total había el reptil, de asco y odio, o al menos, eso era lo que sentía Erik. Una vez se había comentado a su padre esto, pero no le dio demasiadas respuestas. Por otra parte, Victoria lo toleraba, aunque le había cogido cierto cariño. Le recordaba a Christian cuando él no estaba.
Muchas veces, sentía su ausencia muy profundamente, y deseaba que estuviera a su lado cuando nadie más estaba en la casa. Pero Victoria había tenido que acostumbrarse a la soledad de la casa. Esa soledad que reinaba por las mañanas cuando Jack y Christian se habían ido a trabajar, y los niños estaban en el colegio. En la casa de estilo victoriano sólo quedaba ella, y al principio de estar en la Tierra aquello se le hizo muy cuesta arriba. Recodaba los primeros días como si fuesen interminables, demasiado largos. Agobiantes. Por lo que pronto tuvo que buscar un nuevo hobby que le tuviera la cabeza en otra parte hasta que llegase su familia a casa. Por suerte, cuando hubo dominado el inglés, enseguida hizo amistad con las demás vecinas del barrio, y muchas veces quedaba con ellas para ir de compras o a alguna actividad de las que estaban apuntadas.
Christian se sentó en la cama, al lado de Alison, sin mediar palabra con ella. Los dos tenían la mirada perdida en el terrario, donde ahora, el pequeño reptil se había despertado y a su vez, parecía mirar a la pareja desde el otro lado del cristal.
En el aire flotaba un tenue silencio, roto en parte por la canción In the End, de Linkin Park.
—Y —murmuró el hombre—, ¿ya has pensado qué vas a hacer cuando Kirtash se haga más grande?
Alison dirigió su vista hacia él y se chocó con la mirada azul de él. ¿De verdad le estaba haciendo semejante pregunta? Acaba de descubrir que sus abuelos estaban muertos, ¡y ahora su tío le soltaba aquello! Se quedó con la boca abierta.
—¿De verdad que me estás preguntando qué haré con la serpiente tío? —Su voz iba en aumento—. Acabo de descubrir que mis abuelos están muertos ¿Y TÚ ME VIENES CON ÉSAS?
Alison enmudeció, furiosa. El semblante del hombre pareció no alterarse ante la explosión de la joven. Seguía duro y serio, igual que como había entrado por la puerta. Christian la observó durante un par de segundos. La chica daba bocanadas de aire de la ira, que se mezclaban con sus lágrimas. La mirada que poseía era sin lugar a dudas desafiante.
—¿Acaso querías que te lo hubiera dicho desde que he entrado por la puerta? —Su voz era aterciopelada y muy suave—. Decir algo así no es fácil, y menos si te han contado una mentira todo este tiempo.
La chica tragó saliva. Christian estaba muy cerca de ella. Su mirada era muy intensa.
—Me habéis contado —puntualizó ella, poniendo énfasis en “habéis”.
—Sí, para qué negarlo. Pero, ¿te habría echo sentir mejor haberlo sabido desde el principio, eh? ¿Saber sólo con tres años que tus abuelos estaban muertos, que los habían asesinado y que tu padre casi había corrido su misma suerte? Dime, —susurró Christian— ¿es eso lo que querías?
Alison lo miró y rompió a llorar, echándose a los brazos de él. Christian esperaba esa reacción y la abrazó, primero torpemente y luego con ternura. La chica lloraba amargamente sobre su regazo, mientras que las lágrimas corrían sin control. Sin duda, lloraba la pérdida de sus familiares todo lo que no les había llorado en todo este tiempo.
El hombre pasó su mano por el largo cabello de ella, acariciándolo.
—Ya está pequeña—susurró—. Ya está.




Abajo, la fiesta había terminado. El ambiente, que se había pensado que sería cómodo y alegre, se había tornado frío e incómodo a mitad de la velada, y muchos comprendieron que ése ya era el final de la cena. Era normal, en parte. Hacia mucho tiempo que no se veían las dos familias, por no decir nunca, y después de tanto tiempo se tienen pocas cosas en común.
Por lo que, antes incluso de que hubiera dado tiempo a servir el postre, Sam dijo:
—Bueno Jack, creo que nosotros deberíamos irnos ya.
Jack, que había estado todo ese tiempo apoyado sobre los codos, meditando qué hacer, salió de golpe de su aislamiento.
—¿Qué? No —dijo desorientado. Miró el reloj—. Todavía es muy pronto, tío. Además, aún no se ha servido el postre.
—Ya muchacho, pero yo noto cuando alguien sobra de un lugar, y aquí sobramos nosotros —dijo refiriéndose a su familia.
—Tío, vosotros no sobráis de ninguna parte.
—Sí Jack. No intentes disimularlo. He metido la pata hasta el fondo y ahora por mi culpa, tendrás que dar alguna explicación a los niños.
Giró la cabeza hasta donde estaba sentado Erik, al lado de su esposa Sarah. El muchacho estaba serio. No había dicho nada al enterarse de “reciente” fallecimiento de sus abuelos, pero sin duda, esperaba el momento adecuado para pedir explicaciones a su padre. Y no pensaba ser benévolo.
—Jack, si no te importa nosotros nos vamos ya. Llamaremos a un taxi.
Con la cabeza, hizo una indicación a su mujer y los dos se pusieron en pie. Julie, triste porque la velada hubiese acabado súbitamente, también se levantó.
—¡No! ¡Esperad! —Jack se puso en pie—. Dejad al menos que os lleve en mi coche.
Parecía que se sentía culpable por la extraña situación que les había echo vivir en su casa.
Sam frunció el labio bajo su espeso bigote, sopesando las posibilidades.
—Está bien.
Ésa era su última palabra.



Minutos más tarde, estaban de pié con los abrigos puestos en la entrada, esperando a Jack que había subido a por el suyo. Victoria había creído que dejarlos solos en la entrada era una falta de educación por su parte, por lo que también estaba en la entrada.
Sam se giró hacia ella.
—Victoria, —empezó— la comida estaba deliciosa y eres sin lugar a dudas, una chica espléndida. Ahora ya sé que mi sobrino está muy bien acompañado. Gracias por todo y siento las molestias que te hemos causado.
—Oh, no pasa nada —dijo algo abatida—. De todos modos, algún día habríamos tenido que contarles la verdad.
Mentira y gorda, pero, ¿acaso se le podía decir algo contrario sin que se sintiera todavía peor?
Sam sonrió, y dirigió la vista hasta la escalera. Erik observaba la escena apoyado en la pared del descansillo.
—Adiós Erik. Me alegro de haberte conocido. Y por cierto, —sonrió ampliamente— eres clavado a tu padre.
El muchacho sonrió vagamente. Se había enterado de todo lo acontecido en el salón en su ausencia. Sin lugar a dudas, guardaba su enfado para cuando estuviera a solas con su familia, y entonces poder pedir explicaciones. Justo en ese momento, Jack bajó a la carrera las escaleras, metiendo el brazo por la manga de un abrigo.
—Bien, ya está —dijo—. ¿Nos vamos?
Sam asintió y Sarah abrió la puerta. El frió aire invernal se coló por la puerta, haciendo estremecer a los mas cercanos a ella.
Jack, que era el ultimo en salir, se giró hacia el interior de la casa.
—Erik, vienes?
El muchacho arqueó una ceja.
—Venga... —insistió su padre, pero aquel no era el camino adecuado, y pareció darse cuenta—. Oye, lo siento, pero si hice lo que hice fue por vuestro bien. No quería que tuvieseis que pasar por una pérdida de este tipo. Y mas de esta forma.
Por un segundo, parecía que las palabras de Jack se habían quedado sólo en eso, en palabras, pero entonces, el semblante del chico se iluminó, mostrando una sonrisa y bajando los últimos escalones, salió por la puerta. Jack hizo ademán de seguirlo, pero algo aferró la manga de su abrigo.
Era Victoria.
—Jack...
Parecía como si se sintiese culpable. El hombre esbozó una sonrisa.
—Victoria no te preocupes —susurró—. Cuando vuelva hablamos, ¿vale? No tardaré nada—prometió.
La mujer asintió con la cabeza, y el joven cerró la puerta tras de sí.
—¡Qué frío hace!
Julie esperaba cerca de una de las puertas traseras del coche.
—Ok, ya voy.
Las luces del coche parpadearon.



El camino hacia el hotel fue algo incómodo. El silencio que reinaba en el coche no ayudaba mucho, y la situación que había acontecido apenas una hora tampoco servía apoyo. Nadie hablaba, porque en verdad, no había nada de lo que hablar. Sam había intentado aparentar normalidad cuando se estaba despidiendo de los residentes de la casa, una fachada que se desmoronó al entrar en el coche, y desde entonces, miraba por la ventanilla de su lado. Alison, al igual que su tío, estaba callada y miraba hacia el frente con curiosidad, sentada en el centro del asiento trasero. La única que había intentado colaborar había sido Sarah, que hizo unas preguntas tontas al poco de ponerse el coche en camino. Pero fue inútil. Jack no se sentía con ánimos de hablar, y Erik lo acompañaba únicamente porque era su padre, aunque más que un padre, para Erik era como una amigo, un colega al que contarle todos sus problemas y con el que podía jugar a las tres de la mañana al baloncesto en la pequeña cancha que tenían detrás de la casa. Y aunque seguía queriéndole de la misma manera que cuando se despertó por la mañana, pensaba pedirle explicaciones cuando volviesen a casa.
Aunque mientras, no pensaba calentarse la cabeza con niñerías.
La carretera que llevaba a Newark no estaba demasiado concurrida a aquellas horas, tan sólo un par de coches diseminados. Con suerte, llegarían dentro de nada, calculó Jack, 30 minutos a lo sumo, aunque se le harían interminables. Si al menos...
Aceptó mentalmente la propuesta y encendió el equipo de música del coche. Cambió el disco e introdujo uno grabado por él: evasión. Una suave música con toques metálicos invadió el coche, librándose del pesado ambiente.
Al menos ahora, suspiró Jack, el camino no será tan monótono.


Las primeras farolas de Newark iluminaron con luz anaranjada el coche a medida que iba atravesando la calle principal que, momentos antes, había sido la carretera. Un par de parejas paseaban por la calle.
—¿Por dónde es? —Preguntó Jack, observando las calles que dejaban atrás.
Fue como si le quitasen el hechizo que lo tenía como el real mirador de la ventanilla, y con aspecto aturdido asomó la cabeza por entre los asientos de la parte de delante.
—Es la segunda a la derecha —respondió—. Después es un par de calles más arriba, enfrente de una plaza con una fuente.
—Métete por aquí —indicó Sarah, señalando una bocacalle.
Jack obedeció y giró el coche, metiéndose por una diminuta calle secundaria.
—¿Y ahora?
—En la siguiente, gira después del semáforo a la derecha.
Volvió a girar. A medida que avanzaba por la calle en la que se metió le pareció que debía ser la más oscura que había en todo Newark. La mayoría de las farolas estaban sin luz, bien porque la bombilla estaba fundida o porque la habían robado, los edificios eran viejos y tenían un aspecto lamentable, llenos de pintadas. Fuera como fuese, aquella calle estaba literalmente a oscuras y no era del todo apta para exponerla en un catálogo de viajes.
—¡Ey espera! —Gritó de pronto Julie.
El susto del grito provocó que Jack diera un volantazo.
—¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? —Inquirió entre asustado y enfadado. Aquello podía haber provocado un accidente.
—Es que... ¿puedes parar ahí? —señaló a un lado de la calle.
La punta del dedo indice de Julie apuntaba justo a una luz que iluminaba un poco la acera: una tienda.
Imposible, pensó perplejo Jack. ¿Acaso alguien se atrevía a abrir una tienda en semejante barrio y hasta tales horas? Aquello era como ver un oasis en medio del desierto.
Jack llegó hasta donde estaba la tienda y paró justo delante. En un letrero rosa y blanco se podía leer Half hours: 24 h, una tienda veinticuatro horas abierta. Jack tuvo que comprobar si tenía la boca cerrada, porque le daba la sensación de tenerla abierta de par en par.
—Julie, —empezó Sarah con aire maternal— ¿tenemos que parar justo aquí?
—Me apetece chocolate.
—¿Chocolate?—inquirió Erik.
—Por favor... me apetece mucho. Entro y salgo de la tienda. No tardo nada —suplicó.
Se hizo un silencio donde los ocupantes de atrás parecieron meditar la idea.
—Jack, ¿te importaría que bajásemos un momento? Tendríamos que comprar algo de picar para mañana, que tenemos excursión. Además, —prosiguió con tono pensativo Sarah— me gustaría comprar un par de candados para las maletas.
Esta vez fue Jack el que pareció pensárselo. Bajar en semejante barrio como aquel era jugársela, pero jugársela mucho. La calle estaba oscura, y sólo le faltaba la típica banda de chicos chulos y peligrosos que aparecen en las pelis y con los que nunca te gustaría cruzarte.
Después de un par de segundos, suspiró.
—Esta bien. Bajad.
Los ocupantes de atrás salieron y cerraron las puertas tras ellos. Erik no bajó.
—¿No vas tú también? —Jack lo miró.
El muchacho suspiró.
—¿Para qué? No soy yo el que quería chocolate.
Esa ocurrencia le sacó a Jack una sonrisa.
—Creo que lo mejor es que salgamos —sacó la llave del contacto del coche—.Un poco de aire frío no nos vendrá mal.
Dicho esto abrió la puerta y salió él también. Una ráfaga de aire le dio en la cara, produciéndole un escalofrío y se abrochó la cazadora hasta arriba. Erik también había salido y estaba apoyado en la puerta del copiloto. Jack llegó hasta él y lo imitó. Suspiró. No había nadie por la calle.
Dentro de la tienda se veía a Julie ir de un lado a otro, buscando entre las estantería. Llevaba una cesta y el chocolate no era el único ocupante: una bolsa de patatas, otra de ganchitos y un montón de cosas más que Jack no llegaba a visualizar.
—Menos mal que sólo iba a por chocolate, ¿eh? —dijo con tono irónico a Erik.
—¿Qué ha cogido?
—Por lo que veo desde aquí Doritos, Lay's... creo que también un Chupa Chups —alargó un poco más el cuello—. Y cómo no, chocolate. Dos tabletas.
—¡Qué apetito!
—Sí...
—Ahora que lo pienso, en casa no hay Doritos. Se han acabado...
Jack miró a Erik por el rabillo del ojo y vio que éste le ponía cara suplicante. Sin duda, era un indirecta en toda regla.
—¿De verdad quieres pasar, Erik? ¡Si ya has comido! —le reprochó.
—¡Yo no he dicho que me los vaya a comer ahora!
—Sí claro...—volvió a mirarlo. El chico seguía con su cara suplicante—. Está bien... vamos dentro.
Ambos a la vez se levantaron del coche, encaminándose hacia la puerta de la tienda. Erik fue el primero que entró, seguido por Jack. Un terrible olor le golpeó de lleno. Frunció el ceño, asqueado. Era un hedor repulsivo, y vomitante, aunque curiosamente no era la primera vez que lo olía. Giró la cabeza para mirar a sus familiares y se sorprendió de que ninguno de ellos pusiera la misma cara de asco que él.
¿Acaso no lo huelen?
Intentando recobrar la compostura, Jack hizo un esfuerzo sobrehumano y logró restaurar su habitual expresión facial, aunque no le salió nada bien. La comisura de sus labios seguían siendo una fina línea recta y tenía el ceño fruncido. Se paseó por entre las estanterías. Aquella pequeña tienda estaba pintada de un color amarillo un tanto chillón y pesado. En las paredes, los anuncios publicitarios de la misma tienda se apilaban en la pared, algunos encima de otros, sin orden siquiera. El suelo era de baldosas pequeñas grises y blancas, puestas en líneas horizontales. En la tienda en total, habrían unos doce pequeños estantes, de medio metro cada uno, salvo uno refrigerante que había al final de la tienda, lleno de bebidas y yogures pegado a una pared. A la izquierda de la puerta de cristal, un mostrador blanco, que había visto mejores tiempos, se alzaba en pie, con su típica caja registradora de plástico blanco y unos cuantos recipientes publicitarios llenos de chicles y piruletas con el precio. Pero, lo único que faltaba allí era el dependiente de la tienda. No estaba. Jack miró hacia el final de la barra del mostrador y vio una entrada a otra habitación, que carecía de puerta y sólo estaba cubierta por unas tiras largas de plástico anti mosquitos que llegaban hasta el suelo.
Seguro que el chico que trabaja aquí esté durmiendo la mona ahí dentro, pensó medio mosqueado Jack por la mala calidad de la atención que estaban recibiendo.
—Tío Jack —Julie le tiró de la manga del abrigo y le obligó a mirarla—. ¿Te apetece algo?
—¿Qué? No, gracias —declinó el ofrecimiento con una sonrisa. Entonces se le ocurrió preguntarle si ella no olía aquella peste que parecía reinar en el ambiente, pero en seguida decidió que lo mejor sería dejar correr el asunto.
Lo más probable es que creyese que su tío era un maniático de los olores.
Julie, al ver que Jack se había quedado como ido otra vez, volvió a pasearse de nuevo por entre los estantes dando pequeños saltos como Caperucita Roja si es que esa tal Caperucita había llevado alguna vez en la vida una camiseta negra de Chris Tara. Jack levantó la vista hasta donde seguían sus tíos comprando y volvió a recordar mentalmente la frase de su tía de sólo un par de cosas de picar y unos candados para la maleta. ¿Cuánto tiempo más tendrían que continuar en aquel lugar? Un reloj cuadrado blanco situado en lo alto de la pared de enfrente seguía dando la hora, aunque iba diez minutos adelantado, según comparó Jack con el suyo.
De repente, un sonido que procedía de cerca del mostrador atrajo la atención de Jack: un hombre salió de detrás de la cortina antimosquitos de la parte de atrás de la tienda. Llegó despacio hasta el lugar de la caja registradora y se plantó sin decir nada, sin tan siquiera levantar la cabeza. Llevaba una camisa amarilla pálida, como desteñida, con el logo de la tienda en la parte izquierda de ésta y una gorra del mismo tipo que la camisa que le ocultaba el rostro. A Jack le extrañó un poco lo de la gorra, más que nada porque era de noche, aunque quizás fuera las normas de la empresa.
Fuese lo que fuese, aquel tipo era un tanto siniestro.
Jack siguió pasando entre los estantes, pero no le quitaba un ojo al dependiente, que no se movía ni un milímetro de su posición. El olor nauseabundo que reinaba en la tienda le golpeó otra vez de lleno, pero esta vez era mucho más intenso. Parecía incluso, que el que apestaba era el hombre de detrás del mostrador. Jack hizo fuerza en recordar por qué le parecía tan familiar aquel olor. ¿De qué le sonaba tanto? Entonces, el dependiente alzó la vista y la mirada de él y la de Jack se cruzaron. Jack se quedó mirándolo, extrañado por una peculiaridad que tenían los ojos de hombre.
¿Eran... irisados?
Sí, tenían un color ámbar irisados. Pero, era extraño que un hombre tuviese ésa peculiaridad. Más bien, eso era característico de las...
De repente, todas las piezas encajaron de golpe en la cabeza de Jack, provocando que tuviese que apoyarse en uno de los estantes para no caerse.
Mierda.
Volvió a echar una mirada al dependiente, y descubrió que esta vez sonreía de manera maliciosa. Nervioso, empezó a andar hacia Erik, que estaba mirando alegre chucherías a pocos pasos de él pero sin dejar de echarle miradas rápidas al dependiente. Le parecía increíble que ninguno de los presentes se interesasen por aquel hombre.
—Erik —susurró sólo cuando estuvo a su lado—. Dejalo todo y métete en el coche.
—¿Qué?
—Hazme caso —repitió. El tiempo apremiaba y le sudaban las manos—. Ve al coche ahora mismo.
—Pero ¿por qué? Si no he pagado todavía.
Diciendo esto, se giró y anduvo hacia el mostrador para pagar. Jack miró atónito a su hijo, maldiciendo su decisión de haber llevado a sus familiares hasta allí, y anduvo tras Erik.
—Hola —saludó Erik al dependiente y le tendió la cesta. El hombre no dijo nada. Ni siquiera se movió. Jack llegó hasta Erik y le agarró por la manga del abrigo.
—Te he dicho que te metas en el coche ya —su tono de voz había alcanzado un matiz peligroso. Fue entonces cuando Jack levantó la vista hacia el hombre.
No.
Sin decir nada, Jack tiró con fuerza hacia atrás del muchacho, arrojándolo al suelo, justo en el momento en el que la mano del dependiente se lanzó abierta en busca del cuerpo del chico.
Y Jack se lanzó al suelo.
—¡TODOS AL SUELO! —gritó a pleno pulmón y en ese mismo instante, el dependiente chilló y empezó a brillar, envolviendo todo el local en una luz cegadora. Jack cerró los ojos y estirazó de Erik arrastrándolo hacia el interior de la tienda y se colocó detrás de una estantería bastante alejada del mostrador. Respiró hondo y alzó la cabeza para mirar lo que acontecía al otro lado de la tienda.
No...
En ese momento, la luz empezó a disiparse. Donde antes había estado el hombre, una figura alargada y esbelta se erguía, cubierta en su totalidad de escamas, que despegó de su cuerpo dos largas alas membranosas.
El shek era libre por fin.
Jack volvió a esconderse y tragó saliva. Alargó un poco la cabeza y vio unos tacones azules y unos zapatos de caballero detrás de un estante. Sam había obedecido su orden. Miró hacia abajo y vio que Erik lo observaba con los ojos bien abiertos. Estaba aterrorizado.
—Papá... —su voz se quebró. Él también la había visto.
Aquello complicaba las cosas.
Respirando hondo, Jack sacó el móvil del bolsillo, marcó una tecla y se lo llevó a la oreja. Sólo hicieron falta unos segundos para que una voz femenina sonase al otro lado del aparato.
—Hola cariño..
—Victoria —murmuró y giró la cabeza, mirando a través de las baldas del estante en dirección al mostrador. El shek le devolvió la mirada—. Nos han encontrado.


5 comentarios :

  1. ¿Cómo? No me podéis dejar así, ¡Quiero más capítulos! Por cierto, si os interesa, pasaros por aquí: http://laciudadsinalma.blogspot.com.es

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  2. ¿Cuándo vais a sacar el siguiente? Me muero de ganas!!!! Es una historia fantástica.
    Ya sé que es un poco precipitado, pero si queréis puedo escribir yo algún capítulo os lo envío, y ya me diréis eh?

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  3. sacad el siguiente por favor, no me podeis dejar asi buaaa, es perfecto me encanta este libro tanto como los de laura

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  4. me gusta mucho hasta ahora la historia, me parece que ha seguido el rumbo que habría escogido laura gallego. Yo tambien me desilusioné cuando supe que no habría cuarto libro pero la verdad es que, si inspira a hacer estos capitulos, que ya digo que son muy buenos, me alegra. Sigue escribiendo, que quiero saber más

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  5. Wooow!! Esta genial, me encanta, si podeos sacar libro, mejor

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