Capítulo 5
Imposible
El
daño ya estaba hecho y era irreparable, aunque Christian siempre
podía usar sus poderes psíquicos para borrar aquellos recuerdos de
los niños, pero ¿de qué serviría? En el fondo, tenían derecho a
saber la verdad acerca de su padre, la de su padre y de sus abuelos,
de los que hasta ahora los habían creído vivos. Vivamente muertos.
El
ambiente del salón era extraño.
Jack
estaba apoyado en la mesa sobre sus codos, mirando al plato, dándole
vueltas cómo salir de la situación, aunque no encontraba la
respuesta. Sam, por su parte, miraba al muchacho e intentaba animarlo
con los típicos “no pasa nada”, sabiendo que había metido la
pata hasta el fondo. Mientras tanto, Julie estaba absorta en su mundo
observando embobada a Christian, que la ignoraba por completo. Ni
siquiera la miraba, ya que estaba consiguiendo sacar toda la poca
paciencia que tenia dentro de sus dos almas, y eso que ya era
bastante. Pero que no se creyese el más afectado con la visita de la
familia: Victoria estaba aguantando con una cordial sonrisa las
charlas sobre cocina de Sarah.
Las cosas se estaban
alargando, demasiado para Christian. De entre todo el barullo, la
figura del joven se alzó, fijándose todas las vistas en él.
Aquello desconcertó un poco a los parientes pero Christian les hizo
caso omiso. No estaba para perder el tiempo con aquellos
desconocidos, pensó para sus adentros, y con la misma sutileza de un
gato, salió de la habitación sin tan siquiera despedirse.
El salón se quedó
en silencio unos instantes.
—¿Porqué se ha
ido?—inquirió molesta Julie. Su gran amor, a parte de no hacerle
ni caso, se había ido sin tan siquiera despedirse de ella.
Jack miró por el
lugar en el que había desaparecido Christian.
—Tiene un asunto
importante que tratar.
En la puerta sonaron
tres golpes secos.
—¡Vete! —Dijo un
grito desde el interior de la habitación. Sonaba entremezclado con
la música rockera que sonaba de fondo—. ¡No quiero ver a nadie!
Pero la persona que
aguardaba fuera no iba a darse por vencida tan pronto, y abrió la
puerta.
La primera imagen
que obtuvo fue la figura de Alison, sentada con el vestido azul
encima de su cama, arrugándolo por completo. Las lágrimas corrían
por su cara, y en su rostro se mezclaban dos sentimientos: tristeza y
odio. Pero cuando vio quién era el que entraba sin ser invitado en
su habitación, pareció relajarse, pero solo en parte. Christian
cerró la puerta detrás de él.
Alison lo miró
tímidamente.
—¿Qué quieres?
¿Qué haces aquí?
Si hubiera sido otra
persona lo abría echado sin miramientos, pero con él era distinto.
En verdad temía decir algo y que Christian desapareciese por la
puerta. Las ocasiones que tenía para verlo eran escasas y ahora que
podían estar solos no quería fastidiarlo.
—No quiero que
llores.
—¡No estoy
llorando!
Christian posó sus
fríos ojos en ella.
—¿De veras?
La
chica apartó la mirada. Por un momento temió que se acercase hasta
donde estaba ella, pero no era el primer movimiento que
pensaba realizar.
Con movimientos
lentos, se acercó hasta una mesilla de la pared izquierda. La
habitación de la chica era curiosa y muy bonita. Las paredes tenían
un suave color azul oscuro tenue, casi añil o índigo. Los muebles
que habían eran de color claro crema, y la decoración en general de
la habitación no era cargada. En absoluto. Es mas, quien no
conociera a la chica se podría imaginar, por la escasa decoración,
que era sosa y aburrida. Pero en verdad no era así. Alison era
simpática y agradable, al igual que podía ser fría y calculadora a
veces.
Encima de la mesa
crema descansaba un terrario, iluminado con una pequeña bombilla
semioculta por unas hojas verdes artificiales sobre un lecho de arena
roja.
Christian se inclino
sobre él.
—¿Cómo está
Kirtash?
Alison levantó la
cabeza.
—Bien —dijo sin
darle importancia—. Ha mudado de piel hace pocos días. Está más
brillante.
Kirtash era
la pequeña falsa coral que dormía plácidamente en el terrario.
Había sido un regalo de Christian cuando Alison cumplió los doce
años. A la mayoría de los residentes de la casa no les había echo
ninguna gracia el regalo del tío, en especial a Jack y Erik, que se
habían opuesto radicalmente a limpiar el terrario o ha acercarse
siquiera. Era una sensación de rechazo total había el reptil, de
asco y odio, o al menos, eso era lo que sentía Erik. Una vez se
había comentado a su padre esto, pero no le dio demasiadas
respuestas. Por otra parte, Victoria lo toleraba, aunque le había
cogido cierto cariño. Le recordaba a Christian cuando él no estaba.
Muchas veces, sentía
su ausencia muy profundamente, y deseaba que estuviera a su lado
cuando nadie más estaba en la casa. Pero Victoria había tenido que
acostumbrarse a la soledad de la casa. Esa soledad que reinaba por
las mañanas cuando Jack y Christian se habían ido a trabajar, y los
niños estaban en el colegio. En la casa de estilo victoriano sólo
quedaba ella, y al principio de estar en la Tierra aquello se le hizo
muy cuesta arriba. Recodaba los primeros días como si fuesen
interminables, demasiado largos. Agobiantes. Por lo que pronto tuvo
que buscar un nuevo hobby que le tuviera la cabeza en otra parte
hasta que llegase su familia a casa. Por suerte, cuando hubo dominado
el inglés, enseguida hizo amistad con las demás vecinas del barrio,
y muchas veces quedaba con ellas para ir de compras o a alguna
actividad de las que estaban apuntadas.
Christian se sentó
en la cama, al lado de Alison, sin mediar palabra con ella. Los dos
tenían la mirada perdida en el terrario, donde ahora, el pequeño
reptil se había despertado y a su vez, parecía mirar a la pareja
desde el otro lado del cristal.
En el aire flotaba
un tenue silencio, roto en parte por la canción In the End, de
Linkin Park.
—Y —murmuró el
hombre—, ¿ya has pensado qué vas a hacer cuando Kirtash se haga más
grande?
Alison dirigió su
vista hacia él y se chocó con la mirada azul de él. ¿De verdad le
estaba haciendo semejante pregunta? Acaba de descubrir que sus
abuelos estaban muertos, ¡y ahora su tío le soltaba aquello! Se
quedó con la boca abierta.
—¿De verdad que
me estás preguntando qué haré con la serpiente tío? —Su voz iba
en aumento—. Acabo de descubrir que mis abuelos están muertos ¿Y
TÚ ME VIENES CON ÉSAS?
Alison enmudeció,
furiosa. El semblante del hombre pareció no alterarse ante la
explosión de la joven. Seguía duro y serio, igual que como había
entrado por la puerta. Christian la observó durante un par de
segundos. La chica daba bocanadas de aire de la ira, que se mezclaban
con sus lágrimas. La mirada que poseía era sin lugar a dudas
desafiante.
—¿Acaso querías
que te lo hubiera dicho desde que he entrado por la puerta? —Su voz
era aterciopelada y muy suave—. Decir algo así no es fácil, y
menos si te han contado una mentira todo este tiempo.
La chica tragó
saliva. Christian estaba muy cerca de ella. Su mirada era muy
intensa.
—Me habéis
contado —puntualizó ella, poniendo énfasis en “habéis”.
—Sí, para qué
negarlo. Pero, ¿te habría echo sentir mejor haberlo sabido desde el
principio, eh? ¿Saber sólo con tres años que tus abuelos estaban
muertos, que los habían asesinado y que tu padre casi había corrido
su misma suerte? Dime, —susurró Christian— ¿es eso lo que
querías?
Alison lo miró y
rompió a llorar, echándose a los brazos de él. Christian esperaba
esa reacción y la abrazó, primero torpemente y luego con ternura.
La chica lloraba amargamente sobre su regazo, mientras que las
lágrimas corrían sin control. Sin duda, lloraba la pérdida de sus
familiares todo lo que no les había llorado en todo este tiempo.
El hombre pasó su
mano por el largo cabello de ella, acariciándolo.
—Ya está
pequeña—susurró—. Ya está.
Abajo, la fiesta
había terminado. El ambiente, que se había pensado que sería
cómodo y alegre, se había tornado frío e incómodo a mitad de la
velada, y muchos comprendieron que ése ya era el final de la cena.
Era normal, en parte. Hacia mucho tiempo que no se veían las dos
familias, por no decir nunca, y después de tanto tiempo se tienen
pocas cosas en común.
Por lo que, antes
incluso de que hubiera dado tiempo a servir el postre, Sam dijo:
—Bueno Jack, creo
que nosotros deberíamos irnos ya.
Jack, que había
estado todo ese tiempo apoyado sobre los codos, meditando qué hacer,
salió de golpe de su aislamiento.
—¿Qué? No —dijo
desorientado. Miró el reloj—. Todavía es muy pronto, tío.
Además, aún no se ha servido el postre.
—Ya muchacho, pero
yo noto cuando alguien sobra de un lugar, y aquí sobramos
nosotros —dijo refiriéndose a su familia.
—Tío, vosotros no
sobráis de ninguna parte.
—Sí Jack. No
intentes disimularlo. He metido la pata hasta el fondo y ahora por mi
culpa, tendrás que dar alguna explicación a los niños.
Giró la cabeza
hasta donde estaba sentado Erik, al lado de su esposa Sarah. El
muchacho estaba serio. No había dicho nada al enterarse de
“reciente” fallecimiento de sus abuelos, pero sin duda, esperaba
el momento adecuado para pedir explicaciones a su padre. Y no pensaba
ser benévolo.
—Jack, si no te
importa nosotros nos vamos ya. Llamaremos a un taxi.
Con la cabeza, hizo
una indicación a su mujer y los dos se pusieron en pie. Julie,
triste porque la velada hubiese acabado súbitamente, también se
levantó.
—¡No!
¡Esperad! —Jack se puso en pie—. Dejad al menos que os lleve en
mi coche.
Parecía que se
sentía culpable por la extraña situación que les había echo vivir
en su casa.
Sam frunció el
labio bajo su espeso bigote, sopesando las posibilidades.
—Está bien.
Ésa era su última
palabra.
Minutos más tarde,
estaban de pié con los abrigos puestos en la entrada, esperando a
Jack que había subido a por el suyo. Victoria había creído que
dejarlos solos en la entrada era una falta de educación por su
parte, por lo que también estaba en la entrada.
Sam se giró hacia
ella.
—Victoria, —empezó—
la comida estaba deliciosa y eres sin lugar a dudas, una chica
espléndida. Ahora ya sé que mi sobrino está muy bien acompañado.
Gracias por todo y siento las molestias que te hemos causado.
—Oh, no pasa
nada —dijo algo abatida—. De todos modos, algún día habríamos
tenido que contarles la verdad.
Mentira y gorda,
pero, ¿acaso se le podía decir algo contrario sin que se sintiera
todavía peor?
Sam sonrió, y
dirigió la vista hasta la escalera. Erik observaba la escena apoyado
en la pared del descansillo.
—Adiós Erik. Me
alegro de haberte conocido. Y por cierto, —sonrió ampliamente— eres
clavado a tu padre.
El muchacho sonrió
vagamente. Se había enterado de todo lo acontecido en el salón en
su ausencia. Sin lugar a dudas, guardaba su enfado para cuando
estuviera a solas con su familia, y entonces poder pedir
explicaciones. Justo en ese momento, Jack bajó a la carrera las
escaleras, metiendo el brazo por la manga de un abrigo.
—Bien, ya
está —dijo—. ¿Nos vamos?
Sam asintió y Sarah
abrió la puerta. El frió aire invernal se coló por la puerta,
haciendo estremecer a los mas cercanos a ella.
Jack, que era el
ultimo en salir, se giró hacia el interior de la casa.
—Erik, vienes?
El muchacho arqueó
una ceja.
—Venga...
—insistió su padre, pero aquel no era el camino adecuado, y
pareció darse cuenta—. Oye, lo siento, pero si hice lo que hice
fue por vuestro bien. No quería que tuvieseis que pasar por una
pérdida de este tipo. Y mas de esta forma.
Por un segundo,
parecía que las palabras de Jack se habían quedado sólo en eso, en
palabras, pero entonces, el semblante del chico se iluminó,
mostrando una sonrisa y bajando los últimos escalones, salió por la
puerta. Jack hizo ademán de seguirlo, pero algo aferró la manga de
su abrigo.
Era Victoria.
—Jack...
Parecía como si se
sintiese culpable. El hombre esbozó una sonrisa.
—Victoria no te
preocupes —susurró—. Cuando vuelva hablamos, ¿vale? No tardaré
nada—prometió.
La mujer asintió
con la cabeza, y el joven cerró la puerta tras de sí.
—¡Qué frío
hace!
Julie esperaba cerca
de una de las puertas traseras del coche.
—Ok, ya voy.
Las luces del coche
parpadearon.
El camino hacia el
hotel fue algo incómodo. El silencio que reinaba en el coche no
ayudaba mucho, y la situación que había acontecido apenas una hora
tampoco servía apoyo. Nadie hablaba, porque en verdad, no había
nada de lo que hablar. Sam había intentado aparentar normalidad
cuando se estaba despidiendo de los residentes de la casa, una
fachada que se desmoronó al entrar en el coche, y desde entonces,
miraba por la ventanilla de su lado. Alison, al igual que su tío,
estaba callada y miraba hacia el frente con curiosidad, sentada en el
centro del asiento trasero. La única que había intentado colaborar
había sido Sarah, que hizo unas
preguntas tontas al poco de ponerse el coche en camino. Pero fue
inútil. Jack no se sentía con ánimos de hablar, y Erik lo
acompañaba únicamente porque era su padre, aunque más que un
padre, para Erik era como una amigo, un colega al que contarle todos
sus problemas y con el que podía jugar a las tres de la mañana al
baloncesto en la pequeña cancha que tenían detrás de la casa. Y
aunque seguía queriéndole de la misma manera que cuando se despertó
por la mañana, pensaba pedirle explicaciones cuando volviesen a
casa.
Aunque mientras, no
pensaba calentarse la cabeza con niñerías.
La carretera que
llevaba a Newark no estaba demasiado concurrida a aquellas horas, tan
sólo un par de coches diseminados. Con suerte, llegarían dentro de
nada, calculó Jack, 30 minutos a lo sumo, aunque se le harían
interminables. Si al menos...
Aceptó
mentalmente la propuesta y encendió el equipo de música del coche.
Cambió el disco e introdujo uno grabado por él: evasión.
Una suave música con toques
metálicos invadió el coche, librándose del pesado ambiente.
Al menos ahora,
suspiró Jack, el camino no será tan monótono.
Las primeras farolas
de Newark iluminaron con luz anaranjada el coche a medida que iba
atravesando la calle principal que, momentos antes, había sido la
carretera. Un par de parejas paseaban por la calle.
—¿Por dónde
es? —Preguntó Jack, observando las calles que dejaban atrás.
Fue como si le
quitasen el hechizo que lo tenía como el real mirador de la
ventanilla, y con aspecto aturdido asomó la cabeza por entre los
asientos de la parte de delante.
—Es la segunda a
la derecha —respondió—. Después es un par de calles más arriba,
enfrente de una plaza con una fuente.
—Métete por
aquí —indicó Sarah, señalando una bocacalle.
Jack obedeció y
giró el coche, metiéndose por una diminuta calle secundaria.
—¿Y ahora?
—En la siguiente,
gira después del semáforo a la derecha.
Volvió a girar. A
medida que avanzaba por la calle en la que se metió le pareció que
debía ser la más oscura que había en todo Newark. La mayoría de
las farolas estaban sin luz, bien porque la bombilla estaba fundida o
porque la habían robado, los edificios eran viejos y tenían un
aspecto lamentable, llenos de pintadas. Fuera como fuese, aquella
calle estaba literalmente a oscuras y no era del todo apta para
exponerla en un catálogo de viajes.
—¡Ey
espera! —Gritó de pronto Julie.
El susto del grito
provocó que Jack diera un volantazo.
—¿Qué pasa? ¿Por
qué gritas? —Inquirió entre asustado y enfadado. Aquello podía
haber provocado un accidente.
—Es que... ¿puedes
parar ahí? —señaló a un lado de la calle.
La punta del dedo
indice de Julie apuntaba justo a una luz que iluminaba un poco la
acera: una tienda.
Imposible,
pensó perplejo Jack. ¿Acaso alguien se atrevía a abrir una tienda
en semejante barrio y hasta tales horas? Aquello era como ver
un oasis en medio del desierto.
Jack llegó hasta
donde estaba la tienda y paró justo delante. En un letrero rosa y
blanco se podía leer Half hours: 24 h, una tienda
veinticuatro horas abierta. Jack tuvo que comprobar si tenía la boca
cerrada, porque le daba la sensación de tenerla abierta de par en
par.
—Julie, —empezó
Sarah con aire maternal— ¿tenemos que parar justo aquí?
—Me apetece
chocolate.
—¿Chocolate?—inquirió
Erik.
—Por favor... me
apetece mucho. Entro y salgo de la tienda. No tardo nada —suplicó.
Se hizo un silencio
donde los ocupantes de atrás parecieron meditar la idea.
—Jack, ¿te
importaría que bajásemos un momento? Tendríamos que comprar algo
de picar para mañana, que tenemos excursión. Además, —prosiguió
con tono pensativo Sarah— me gustaría comprar un par de candados
para las maletas.
Esta vez fue Jack el
que pareció pensárselo. Bajar en semejante barrio como aquel era
jugársela, pero jugársela mucho. La calle estaba oscura, y sólo le
faltaba la típica banda de chicos chulos y peligrosos que aparecen
en las pelis y con los que nunca te gustaría cruzarte.
Después de un par
de segundos, suspiró.
—Esta bien. Bajad.
Los ocupantes de
atrás salieron y cerraron las puertas tras ellos. Erik no bajó.
—¿No vas tú
también? —Jack lo miró.
El muchacho suspiró.
—¿Para qué? No
soy yo el que quería chocolate.
Esa ocurrencia le
sacó a Jack una sonrisa.
—Creo que lo mejor
es que salgamos —sacó la llave del contacto del coche—.Un poco de
aire frío no nos vendrá mal.
Dicho esto abrió la
puerta y salió él también. Una ráfaga de aire le dio en la cara,
produciéndole un escalofrío y se abrochó la cazadora hasta arriba.
Erik también había salido y estaba apoyado en la puerta del
copiloto. Jack llegó hasta él y lo imitó. Suspiró. No había
nadie por la calle.
Dentro de la tienda
se veía a Julie ir de un lado a otro, buscando entre las estantería.
Llevaba una cesta y el chocolate no era el único ocupante: una bolsa
de patatas, otra de ganchitos y un montón de cosas más que Jack no
llegaba a visualizar.
—Menos mal que
sólo iba a por chocolate, ¿eh? —dijo con tono irónico a Erik.
—¿Qué ha cogido?
—Por lo que veo
desde aquí Doritos, Lay's... creo que también un
Chupa Chups —alargó un poco más el cuello—. Y cómo no,
chocolate. Dos tabletas.
—¡Qué apetito!
—Sí...
—Ahora que lo
pienso, en casa no hay Doritos. Se han acabado...
Jack miró a Erik
por el rabillo del ojo y vio que éste le ponía cara suplicante. Sin
duda, era un indirecta en toda regla.
—¿De verdad
quieres pasar, Erik? ¡Si ya has comido! —le reprochó.
—¡Yo no he dicho
que me los vaya a comer ahora!
—Sí
claro...—volvió a mirarlo. El chico seguía con su cara
suplicante—. Está bien... vamos dentro.
Ambos a la vez se
levantaron del coche, encaminándose hacia la puerta de la tienda.
Erik fue el primero que entró, seguido por Jack. Un terrible olor le
golpeó de lleno. Frunció el ceño, asqueado. Era un hedor
repulsivo, y vomitante, aunque curiosamente no era la primera vez que
lo olía. Giró la cabeza para mirar a sus familiares y se sorprendió
de que ninguno de ellos pusiera la misma cara de asco que él.
¿Acaso no lo
huelen?
Intentando recobrar
la compostura, Jack hizo un esfuerzo sobrehumano y logró restaurar
su habitual expresión facial, aunque no le salió nada bien. La
comisura de sus labios seguían siendo una fina línea recta y tenía
el ceño fruncido. Se paseó por entre las estanterías. Aquella
pequeña tienda estaba pintada de un color amarillo un tanto chillón
y pesado. En las paredes, los anuncios publicitarios de la misma
tienda se apilaban en la pared, algunos encima de otros, sin orden
siquiera. El suelo era de baldosas pequeñas grises y blancas,
puestas en líneas horizontales. En la tienda en total, habrían unos
doce pequeños estantes, de medio metro cada uno, salvo uno
refrigerante que había al final de la tienda, lleno de bebidas y
yogures pegado a una pared. A la izquierda de la puerta de cristal,
un mostrador blanco, que había visto mejores tiempos, se alzaba en
pie, con su típica caja registradora de plástico blanco y unos
cuantos recipientes publicitarios llenos de chicles y piruletas con
el precio. Pero, lo único que faltaba allí era el dependiente de la
tienda. No estaba. Jack miró hacia el final de la barra del
mostrador y vio una entrada a otra habitación, que carecía de
puerta y sólo estaba cubierta por unas tiras largas de plástico
anti mosquitos que llegaban hasta el suelo.
Seguro que el
chico que trabaja aquí esté durmiendo la mona ahí dentro,
pensó medio mosqueado Jack por la mala calidad de la atención que
estaban recibiendo.
—Tío Jack —Julie
le tiró de la manga del abrigo y le obligó a mirarla—. ¿Te
apetece algo?
—¿Qué? No,
gracias —declinó el ofrecimiento con una sonrisa. Entonces se le
ocurrió preguntarle si ella no olía aquella peste que parecía
reinar en el ambiente, pero en seguida decidió que lo mejor sería
dejar correr el asunto.
Lo más probable es
que creyese que su tío era un maniático de los olores.
Julie, al ver que
Jack se había quedado como ido otra vez, volvió a pasearse de nuevo
por entre los estantes dando pequeños saltos como Caperucita Roja si
es que esa tal Caperucita había llevado alguna vez en la vida una
camiseta negra de Chris Tara. Jack levantó la vista hasta donde
seguían sus tíos comprando y volvió a recordar mentalmente la
frase de su tía de sólo un par de cosas de picar y unos candados
para la maleta. ¿Cuánto tiempo más tendrían que continuar en
aquel lugar? Un reloj cuadrado blanco situado en lo alto de la pared
de enfrente seguía dando la hora, aunque iba diez minutos
adelantado, según comparó Jack con el suyo.
De repente, un
sonido que procedía de cerca del mostrador atrajo la atención de
Jack: un hombre salió de detrás de la cortina antimosquitos de la
parte de atrás de la tienda. Llegó despacio hasta el lugar de la
caja registradora y se plantó sin decir nada, sin tan siquiera
levantar la cabeza. Llevaba una camisa amarilla pálida, como
desteñida, con el logo de la tienda en la parte izquierda de ésta y
una gorra del mismo tipo que la camisa que le ocultaba el rostro. A
Jack le extrañó un poco lo de la gorra, más que nada porque era de
noche, aunque quizás fuera las normas de la empresa.
Fuese lo que fuese,
aquel tipo era un tanto siniestro.
Jack siguió pasando
entre los estantes, pero no le quitaba un ojo al dependiente, que no
se movía ni un milímetro de su posición. El olor nauseabundo que
reinaba en la tienda le golpeó otra vez de lleno, pero esta vez era
mucho más intenso. Parecía incluso, que el que apestaba era el
hombre de detrás del mostrador. Jack hizo fuerza en recordar por qué
le parecía tan familiar aquel olor. ¿De qué le sonaba tanto?
Entonces, el dependiente alzó la vista y la mirada de él y la de
Jack se cruzaron. Jack se quedó mirándolo, extrañado por una
peculiaridad que tenían los ojos de hombre.
¿Eran... irisados?
Sí, tenían un
color ámbar irisados. Pero, era extraño que un hombre tuviese ésa
peculiaridad. Más bien, eso era característico de las...
De repente, todas
las piezas encajaron de golpe en la cabeza de Jack, provocando que
tuviese que apoyarse en uno de los estantes para no caerse.
Mierda.
Volvió a echar una
mirada al dependiente, y descubrió que esta vez sonreía de manera
maliciosa. Nervioso, empezó a andar hacia Erik, que estaba mirando
alegre chucherías a pocos pasos de él pero sin dejar de echarle miradas
rápidas al dependiente. Le parecía increíble que ninguno de los
presentes se interesasen por aquel hombre.
—Erik —susurró
sólo cuando estuvo a su lado—. Dejalo todo y métete en el coche.
—¿Qué?
—Hazme
caso —repitió. El tiempo apremiaba y le sudaban las manos—. Ve al
coche ahora mismo.
—Pero ¿por qué?
Si no he pagado todavía.
Diciendo esto, se
giró y anduvo hacia el mostrador para pagar. Jack miró atónito a su
hijo, maldiciendo su decisión de haber llevado a sus familiares
hasta allí, y anduvo tras Erik.
—Hola —saludó
Erik al dependiente y le tendió la cesta. El hombre no dijo nada.
Ni siquiera se movió. Jack llegó hasta Erik y le agarró por la
manga del abrigo.
—Te he dicho que
te metas en el coche ya —su tono de voz había alcanzado un matiz
peligroso. Fue entonces cuando Jack levantó la vista hacia el
hombre.
No.
Sin decir nada, Jack
tiró con fuerza hacia atrás del muchacho, arrojándolo al suelo,
justo en el momento en el que la mano del dependiente se lanzó
abierta en busca del cuerpo del chico.
Y Jack se lanzó al
suelo.
—¡TODOS AL
SUELO! —gritó a pleno pulmón y en ese mismo instante, el
dependiente chilló y empezó a brillar, envolviendo todo el local
en una luz cegadora. Jack cerró los ojos y estirazó de Erik
arrastrándolo hacia el interior de la tienda y se colocó detrás de
una estantería bastante alejada del mostrador. Respiró hondo y alzó
la cabeza para mirar lo que acontecía al otro lado de la tienda.
No...
En ese momento, la
luz empezó a disiparse. Donde antes había estado el hombre, una
figura alargada y esbelta se erguía, cubierta en su totalidad de
escamas, que despegó de su cuerpo dos largas alas membranosas.
El shek era libre
por fin.
Jack volvió a
esconderse y tragó saliva. Alargó un poco la cabeza y vio unos
tacones azules y unos zapatos de caballero detrás de un estante. Sam
había obedecido su orden. Miró hacia abajo y vio que Erik lo
observaba con los ojos bien abiertos. Estaba aterrorizado.
—Papá... —su voz
se quebró. Él también la había visto.
Aquello complicaba
las cosas.
Respirando hondo,
Jack sacó el móvil del bolsillo, marcó una tecla y se lo llevó a
la oreja. Sólo hicieron falta unos segundos para que una voz
femenina sonase al otro lado del aparato.
—Hola cariño..
—Victoria —murmuró
y giró la cabeza, mirando a través de las baldas del estante en
dirección al mostrador. El shek le devolvió la mirada—. Nos han
encontrado.
¿Cómo? No me podéis dejar así, ¡Quiero más capítulos! Por cierto, si os interesa, pasaros por aquí: http://laciudadsinalma.blogspot.com.es
ResponderEliminar¿Cuándo vais a sacar el siguiente? Me muero de ganas!!!! Es una historia fantástica.
ResponderEliminarYa sé que es un poco precipitado, pero si queréis puedo escribir yo algún capítulo os lo envío, y ya me diréis eh?
sacad el siguiente por favor, no me podeis dejar asi buaaa, es perfecto me encanta este libro tanto como los de laura
ResponderEliminarme gusta mucho hasta ahora la historia, me parece que ha seguido el rumbo que habría escogido laura gallego. Yo tambien me desilusioné cuando supe que no habría cuarto libro pero la verdad es que, si inspira a hacer estos capitulos, que ya digo que son muy buenos, me alegra. Sigue escribiendo, que quiero saber más
ResponderEliminarWooow!! Esta genial, me encanta, si podeos sacar libro, mejor
ResponderEliminar